El entrenador nació delante de la pantalla de un ordenador. Corría el año 89. Quique Sánchez Flores mataba las tardes del futbolista jugando al PC Fútbol, un programa informático que causaba furor entre los jugadores de aquel Madrid (eran famosos los piques entre Michel, Laudrup y Luis Enrique). Enfrente siempre tenía a su hermano Isidro --Pichi para los de casa-- o a su sobrino José, ahora un cantante de esos que sólo la estirpe de los Flores es capaz de dar.

La culpa fue de papá

Quique Sánchez Flores no era un jugador más de PC Fútbol. Era un estudioso de su equipo. Le gustaba cambiar cada partido la táctica, mover a los jugadores, cambiarlos de posición y visualizaba los partidos enteros. Meticuloso y perfeccionista, cuentan que hasta cuando acudía de chaval a jugar a fútbol con los amigos, exigía un balón perfecto y porterías con redes. Lo mismo le sucedía de más pequeño con las chapas. Era, en fin, un tipo diferente.

El amor por el fútbol le vino por su padre, Isidro, exjugador del Real Madrid. El arte y ese temperamento tan especial le llegó por la familia con más duende que ha dado este país: los Flores, gente mítica, con valores. De Carmen Flores, su madre, heredó esa seguridad en todo lo que hace, ese no mirar para atrás pase lo que pase y esa facilidad para ponerse delante de una cámara y desenvolverse con una naturalidad que asusta.

Detrás del duende, se esconde un tipo magnífico, pero extremadamente tímido. Un loco del deporte, se llame fútbol, pádel o baloncesto. Si alguien le preguntase quién es su ídolo, no diría ningún lateral derecho, ni siquiera un goleador. Su ídolo es Michael Jordan. Cuando los videojuegos se comieron al ordenador, Quique se pasó a la NBA. Siempre con los Chicago Bulls. Eran famosas las noches de concentración en las que su compañero de habitación, Fernando Giner, se dormía bajo los sonidos del mando de la consola. Hasta cuando se retiró su idolatrado Michael Jordan.

Puede que de la NBA sepa tanto como de la Liga. Aún se ríe al recordar el día que Luis Enrique rompió la mesa de cristal de su casa en pleno fragor del partido interactivo. El amor por la PlayStation no se le ha pasado. Poca gente sabe que en los asientos traseros del autobús del Getafe se ha disputado uno de los campeonatos más increíbles de fútbol a través de un videojuego, participando el entrenador con los jugadores.

Su capacidad para analizar no tiene límites. Si tuviese que crear el entrenador perfecto se quedaría con todo lo que le enseñó Di Stéfano, su padrino, de quién aprendió el amor por la fábrica , o sea el lugar de entrenamiento y el respeto al compañero por encima de todo. Es mítica la frase de don Alfredo cuando un jugador del Valencia le recriminó su suplencia delante de todos, su respuesta fue: "Pues si me dice usted a quien quito, yo le pongo".

Claro que la continuación de esta anécdota la vivió Quique en el Getafe dos décadas después. El delantero Riki estaba tocado y se acercó a la banda para pedir el cambio. Se dirigió a Quique y le dijo: "Míster, no puedo seguir, dígale a Pachón que caliente". La carcajada del banquillo fue mayúscula y hasta el propio entrenador se lo tomó a guasa.

Un puñado de maestros

De Víctor Espárrago siempre le encantó la seriedad que le ponía al trabajo. Resulta casi una ironía del destino saber que Quique antes de hablar con el Getafe, estuvo reunido con el Cádiz. Con Valdano como técnico vivió un máster de cómo mantener por las nubes el estado de ánimo de un equipo. Le apasionó su manera de motivar y a Jorge la forma de ver el fútbol de su lateral, tan lejano a los cánones del fútbol de la época. Le enseñó como ganar una Liga. Por eso, Valdano, como director general deportivo, fue el que le abrió las puertas del juvenil del Madrid, su primera y magnífica experiencia como entrenador.

Desde que dejó el fútbol como jugador hasta su inicio en los banquillos, se mató a estudiar y a analizar. Le vino al dedillo su facilidad para encandilar periodistas. Su secreto siempre fue sencillo, tratar a todos sin distinciones, por igual, al recién llegado y al primer espada. De forma natural, nacieron sus colaboraciones en prensa, radio y televisión. No es fácil estar a la vez en Marca , la SER y Canal Nou.

Fan de Elton John

Así demostró que ve el fútbol como los ángeles y que transmite bien lo que sabe. Ese conocimiento del entorno también le ha valido para moverse por las turbias aguas del fútbol profesional sin vaivenes. De sus análisis en el canal autonómico valenciano nació casi un doctorado en el trabajo de Rafa Benítez como técnico del Valencia. Ni siquiera esa intuición, casi femenina, que le caracteriza le podía hacer pensar que tres años después, iba a estar en el banquillo de Mestalla.

Sus diez años como jugador del Valencia, muchos de ellos viviendo en casa de su madre con vistas al estadio le han marcado el corazón. El mejor que nadie definió lo que su club le sugiere: "Colores, bandera, infancia". Con sólo dos años a sus espaldas en los banquillos se enfrenta al reto de hacer un equipo campeón. Debajo de su discurso pausado y de su innegable humildad, hay un competidor empedernido, un ganador nato. Eso sí, ahora tiene el reto de ganar, jugando bien al fútbol, sabiendo que la ilusión que ha generado en Valencia es la del jugador que encandiló por ser escudo y lanza con el 2 a la espalda.

Ahondar en la persona de Quique no es trabajo fácil. Vive y deja vivir es su lema. A él le gusta vivir deprisa, pero parando para leer a Benedetti o para ver en el cine El diario de Noa , escuchar a Elton John en su BMW familiar. La música la lleva muy dentro. Le viene de raza. Le gusta estar rodeado de Patricia y de sus cuatro hijos, jugando al parchís y que le regañen por tomar otra Coca-Cola. Ha llegado a tomar catorce por día, ahora va por siete. Si le preguntan reconoce que su mejor momento del día es cuando está entrenando. Es un enfermo de su trabajo.

Manejar un vestuario

Si algún jugador del Valencia duda de que un técnico menor que Carboni sea capaz de hacerse con un vestuario complicado, que se olvide. Quique se impondrá por criterios, por conocimiento.

El hijo de Isidro sacará en medio del vestuario su sofisticado ordenador y les contará los movimientos que van a ensayar. A ensayar y a ejecutar, claro. Y que no lo duden: apuntará todo lo que pase en el día. Si alguien viese la profundidad de sus informes en el Getafe se asustaría. Lo trabaja todo al dedillo. Es un entrenador de última generación (3.0 que dirían los jóvenes). Vive por y para ser el mejor entrenador del mundo. No por ambición, sino por pasión. La pasión de los Flores.