Cómo olvidar ese gol del Zaragoza en El Alcoraz en mayo del 2009, aquella tarde que se supo que el equipo de Marcelino volvería a Primera. Un chico de la casa, un imberbe de 19 años, marcó el camino del ascenso con un delicado disparo desde el balcón del área. Ander Herrera se agarró la camiseta por el escudo y se fue corriendo hacia la esquina donde estaba toda su hinchada. Estirando su camiseta con la mano izquierda, señalándose el león con el dedo índice de la derecha para después dibujar un círculo en el aire con el que rodear a la inflamada masa zaragocista. Ese gol era suyo, de todos, dijo sin palabras.

Muy cerca tenía a Zapater, que ayer revivió aquel momento en Soria junto a Jorge Pombo. El zaragozano abrió el partido al cuarto de hora con un toque sutil. El gesto del golpeo le inclinaba la celebración al lado contrario, pero en dos pasos frenó su carrera. Había que ir al otro córner para compartir la explosión de felicidad cerca de la algarada blanquilla. Fue hasta allí golpeándose fuerte el corazón, riendo, extendiendo su camiseta como Ander nueve años atrás. Ahí estaba el escudo, el león. Una hora después corría hacia la esquina contraria para celebrar con una henchida sonrisa y los brazos abiertos que la quinta aragonesa, la de Zaragoza, la de la Ciudad Deportiva, había demolido Numancia.

En aquel Ander, en este Pombo, se ven las semejanzas de lo que fue ayer, de lo que puede ser mañana. Herrera, al que tantas veces se juzgó por ser hijo de Pedro y no por ser un estupendo futbolista, no había jugado ni un minuto en toda la primera vuelta. No se estrenó hasta febrero, pero después fue titular y protagonista de la impresionante racha final del Zaragoza, que sumó 34 puntos de 36. Le sobró una jornada para ascender. Zapater no ha olvidado aún aquella ovación cerrada de La Romareda. Era el día último de su primera etapa. Se iba.

Hoy está de vuelta para darse el gusto de participar de esta alegría ascendente. Afirma con nobleza aragonesa que a él le daría igual no estar con tal de que el Zaragoza suba. Lo dice seguramente porque lo tiene que decir, No se lo crean, al menos del todo. Sería un honor, un orgullo, un broche de oro con el que saldar, de paso, la deuda que le dejó el fútbol los últimos años. El capitán está muy vivo, fresco y adaptado a su nuevo rol. Ayer le pegó a Pombo un pase tipo Cani, su añorado compadre, para ganar el partido en el campo maldito. Denomicación de origen.

Jorge ga dejado atrás disputas y ha sobrellevado con naturalidad su fama de díscolo. «Es el único que se parece a Cani», repite Láinez. Si quisiera..., dicen todos. Sí quiere, visto está. 5 goles y 12 puntos. Hoy ya no es un intérprete más del reparto. Es el galán del romance zaragocista, el airoso caballero protagonista de esta nueva película que ha estrenado el Real Zaragoza en el 2018.

Los claroscuros

Se acostumbra cualquiera a ver jugar bien a Jorge Pombo. Da gusto contemplarlo cuando inventa espacios o esparce fantasía. Ni se le imaginaba en su nuevo modo killer, que hoy parece hasta normal. Como en Ander, no lo es echando un vistazo a su temporada, nacida de un buen verano y un mal inicio de Liga. Duró exactamente dos jornadas como titular. En Tenerife y ante el Granada jugó 59 y 70 minutos, respectivamente. Tuvo un minuto en la tercera fecha en Córdoba y 9 contra el Alcorcón. Cuando Natxo González lo cambió en Lugo, poco se podía imaginar que iba a pasar un mes sin convocar. Pecó en su trabajo, cruzó algún rifirrafe y el fútbol lo mandó a rumiar a la grada. A excepción de media horita ante el Osasuna, quedaba casi siempre para el olvido. Solo hubo un chispazo, la tarde que ganó el partido del Rayo con un explosivo gol. Suena viejo todo, Pombo se conjuga en presente. El domingo estará en la grada, esta vez por sanción, después de ser titular siempre en el nuevo año. 9 partidos, 4 goles, 21 puntos. Hay otro ‘8’ en casa, como Ander, como Cani. Es el mismo descaro, talento que ahora adorna con dinamita.