Ese pedazo de delantero llamado Diego Milito entró con letras de oro en la historia del Real Zaragoza el 8 de febrero del 2006. Marcó cuatro goles al Madrid en una noche mágica, inolvidable, se diría que irrepetible. No parece posible hoy en día, tan alejado como está el equipo aragonés de esa realidad futbolística que fue bien común. El Zaragoza de Víctor Muñoz aplastó al equipo de Casillas, Roberto Carlos, Beckham, Zidane, Ronaldo y compañía en una semifinal de Copa. El partido puso al delantero argentino en el centro del universo y a La Romareda en las portadas de miles de periódicos del planeta. Ewerthon cerró la brutal noche de fútbol zaragocista con dos goles, uno de ellos de un voleón lejano que retumbó pasión en el estadio. Un decenio después, las circunstancias son bien otras en el club aragonés, al que lucen noches como esa, improbables, acaso irrepetibles. Aquella fue verdad.

Fueron los goles de los delanteros, pero brilló Cani sobre todo, con un recital de fútbol y precisión que completó con tres pases que acabaron en las redes. Magia pura. "Es el encuentro más increíble que he jugado en mi vida. No es normal meterle 6-1 a un equipazo en una semifinal de Copa. Fue el partido soñado, jugamos todos muy bien, aunque tampoco me he olvidado de lo mal que lo pasamos en la vuelta", dice el zaragozano, aquella noche capitán.

Tan real fue que sus protagonistas admiten que, en aquel momento, se le dio la importancia justa. "Creo que después del partido nos fuimos a dormir al hotel con normalidad", recuerda Alberto Zapater. Lo que quiere explicar es que ha sido el tiempo el que ha realzado aquella magnífica noche hasta situarla en los límites de lo imposible. Un decenio después parece una utopía, quizá una fantasía, una idealización de la historia zaragocista. Pero aquella era otra historia, de verdad. Da por pensar en el universo zaragocista que es el presente el que miente, sea pesadilla, sea ficción.

"En su momento eso era bien posible, pero no sé cuánto tiempo tardaremos en volver a ver algo así. Siempre piensas que puede volver a pasar, aunque ahora parece algo imposible. En estos momentos se valora mucho más precisamente por eso, pero entonces nosotros sabíamos que al Barcelona y al Madrid les podíamos meter mano", dice el aragonés, el mediocentro que aquella noche jugó de lateral izquierdo. "Me tocó con Beckham, que aparentemente era fácil marcarle con taparle los centros, pero los sacaba con nada. Tuve algún roce con él, pero no lo recuerdo muy bien", explica Zapater, que confiesa que no ha vuelto a ver el partido.

No ha podido olvidar, como les ha ocurrido a tantos otros a lo largo de la historia, las caras de alegría de la gente. "Fue increíble. Visto lo visto, darle un alegrón así a la gente es incomparable. Ver a la afición con esas caras de alegría es lo mejor que se puede vivir. El fútbol, al final, es alegría", dice el aragonés. Lo comparte César Sánchez, que en aquella semifinal defendió la portería zaragocista. "Es una noche inolvidable, que además prácticamente suponía estar en una final de Copa. El ambientazo que había en La Romareda era extraordinario".

Habla el cancerbero también de ilusiones y realidades. "Es imposible que esas cosas pasen ahora, al menos muy improbable. La competición, aunque los grandes tenían cierta ventaja ya entonces, era otra cosa". Mucho más para ese Zaragoza que quería sumar otro título de Copa. Por eso, para empezar, la alegría no fue éxtasis en el equipo, consciente de que le quedaba un mal trago que pasar en el encuentro de vuelta. "Yo recuerdo que en el partido estaba muy centrado. Iban cayendo los goles, pero no me daba cuenta muy bien del significado que tenía. Además, era una eliminatoria y sabíamos que nos quedaba la vuelta. De hecho, en el Bernabéu perdimos 4-0". No se acuerda bien de los detalles del encuentro, sin embargo. Como Cani: "Tengo el partido guardado y me apetece verlo. Nunca lo he visto entero, lo voy a ver, me apetece verme. Igual era otro futbolista, igual no jugaba como ahora". Igual. Igual de bueno.