A toro pasado, cuando todos somos Manolete, uno de los veredictos principales del Real Zaragoza sobre qué faltó en el partido definitivo por el ascenso a Primera contra Las Palmas es unánime: carácter y liderazgo. Aquel equipo tenía dinamita con Borja y el zarandeado Willian José, goles que eran amores y las mejores razones, pero en el momento de la verdad, el día D a la hora H, no tuvo ese punto de más necesario en las grandes tardes. Así es como desde entonces lo enjuician de manera colectiva los responsables de la SAD. Así lo entienden y así lo explican con detalles que no vienen al caso.

Esta temporada, con una vuelta de Liga ya completa, el juicio que hizo Narcís Juliá sobre las carencias que había que cubrir en la plantilla en el mercado de invierno tuvo dos direcciones. Una estrictamente deportiva: centrocampistas de más calidad, otro estilo de jugadores para el medio del campo con los que apostar por un modelo más protagonista. Y una segunda emocional: como hace unos meses, en el vestuario del Real Zaragoza faltaba determinación futbolística y personal, jefes con capacidad de arrastre sobre el resto en todo tipo de situaciones.

Cuando han venido mal dadas, y ha habido algunos ejemplos este año, el equipo se ha diluido. Los fichajes de Culio, especialmente de Culio, pero también de Lanzarote y Ros, que son de otro perfil distinto pero en cuya autoridad futbolística para querer el balón se tiene gran confianza, han respondido básicamente a ese razonamiento. Añadir nivel al equipo, pero también carácter, energía y temperamento. Profesional y personal.