David perteneció a esa generación del Deportivo Aragón que peleó por ascender a Segunda División junto a Lafita, Zaparaín, Longás o Linares. También compartió vestuario en la selección sub-18 con actuales emblemas del fútbol mundial como Sergio Ramos, David Silva o Cesc Fábregas, pero por aquel entonces solo eran simples muchachos con ganas de vivir su propia historia. La de ser felices mediante unas botas y un balón de cuero.

Fonsi veía que la opción del Real Zaragoza era una meta cada vez más difícil de alcanzar, fue entonces cuando surgió una ventana hacia Segunda División, con el Racing de Ferrol posicionado como el gran trampolín de crecimiento, pero Agapito Iglesias tenía otros planes. «Me dijo que si salía del filial solo podía irme al Teruel. Y así fue», explica. David pasó también por La Muela, Andorra o Santa Eulalia de Ibiza --«la isla es la leche en verano, pero en invierno es un solar», recuerda--. Entonces su representante le ofreció una propuesta un tanto estrambótica, lejos de la geografía española. «Pensé, o me voy ahora o me perderé en la rueda del fútbol regional». David se arriesgó y, con su actual esposa, puso rumbo a Rumanía, hacia lo desconocido, para fichar por el Sageata Navodarí.

Un equipo perteneciente a la ciudad de Constanza, un enclave bañado por el mar Negro y que acogía un equipo fruto del capricho de un alcalde ricachón. Con su dinero, y el trato de favor de las instituciones, construyó un club proyectado hacia la élite del fútbol rumano, pero todo se torció cuando las autoridades gubernamentales destaparon la trama que había detrás del mandatario y fue llevado a prisión. El club cayó en picado y acabó siendo una silueta residual, perdida en las catacumbas del fútbol rumano. «Yo firmé tres años, el primero nos pagaron todo y acabé perdonando parte del dinero para que me dejaran irme. Otros compañeros se quedaron y no tuvieron la misma suerte ya que al año siguiente el club se liquidó y no se pagó todo».

Lo que apuntaba ser un capítulo negro, prendido con gasolina por el clásico presidente tóxico del fútbol moderno, sirvió de trampolín para el zaragozano. Fue entonces cuando se abrió la ventana que cambió su futuro. Una pequeña ciudad asentada en territorio montañoso, ubicada en la zona oeste de la geografía helena. David Nadales aterrizó en Giannina, una ciudad griega abanderada bajo el emblema del PAS Giannina, su equipo de fútbol. «Firmé por un año. Mi primer partido fue un 2-2 ante el Olympiacos de Míchel y di una asistencia. A raíz de ello todos hablaron de mí y acabé renovando por tres años».

El PAS Giannina engloba el sentimiento de una ciudad que sobrepasa los 120.000 habitantes. La multitud de murales y grafitis con emblemas futboleros evidencian el profundo trasfondo que tiene el equipo en este territorio. Un club más conocido como el Ajax de Epirus. Mote que aún perdura desde los años 70, donde la Giannina campeaba por Grecia como uno de los equipos punteros, compitiendo con PAOK o Panathinaikos, además de exhibir su escudo por Europa. Eran como el Ajax, pero de la región de Epirus. Sin embargo la mala praxis de un presidente voló por los aires su prometedora estructura y los condujo hacia la ruina. Ese espíritu retro se está recuperando gracias a Giorgios Christovalisis, el actual presidente, que centró el rumbo. Fonsi ha formado parte de la generación de jugadores que han recuperado el alma de los setenta del club. David fue una pieza clave en el esquema, incluso el técnico cambió de sistema para permitirle actuar de carrilero en lugar del clásico lateral defensivo y así ser más incisivo. «Cambiamos de estilo, llegamos a Europa y marqué gol en la primera fase. Fue un sueño».

Despertaron de su fantasía europea ante el AZ Alkmaar en la segunda ronda previa. Aunque la derrota no fue en casa, sino en el campo del Atromitos (Atenas), ya que para la UEFA el campo de la Giannina no cumplía con los requisitos estipulados. «Decían que no teníamos párking y que las instalaciones no eran correctas. Estoy seguro de que en casa les hubiéramos ganado».

Su salida de España le permitió sentir en sus carnes aquello que de niño visualizaba cuando cerraba los ojos. «Pasé de jugar en Segunda División B, donde no me conocía ni Rita, a que me paren por la calle y me pidan fotos. Es sentirte futbolista, vivir aquello con lo que soñabas de pequeño. Aquí sí me siento valorado». David Nadales ha encontrado en Grecia a los 31 años esa vida idealizada desde la infancia. Aquello de convertir el hobby del recreo en su actual profesión. Un jugador aragonés que ha vivido el espíritu del Ajax de Epirus.