Cuentan algunos de los que la tienen cerca que es la fortaleza mental la que distingue a Esther Briz de tantas decenas de deportistas que aúnan talento y esfuerzo en busca del éxito. Se le podría añadir su humildad, su naturalidad para asumir los éxitos pese a su juventud. Es espontánea, llana en el mensaje, agradecida. Competitiva sobre todo. Lo explica esta confesión hecha ayer, de vuelta a Zaragoza tras conquistar en Gravelinas, cerca de las playas de Dunquerque, su primer título continental: «Esta vez pude disfrutar de la entrega de medallas. El año pasado, cuando me colgaron el oro, casi ni me enteré. Aquel día ni siquiera veía, estaba completamente mareada». Se refiere la remera del Centro Natación Helios al 6 de agosto del 2017, cuando consiguió en Lituania la victoria en el Mundial júnior. «Fue algo único», dice. Casi como un sueño que hoy, ya lo sabe, es bien real. La aragonesa es también campeona de Europa juvenil.

Los últimos diez meses de Esther Briz han sido una bendita locura de sensaciones, trabajo y títulos. Después de su tremendo triunfo internacional en Trakai, la aragonesa fue elegida deportista del año en Helios antes de recibir el premio de ‘Aragonesa del año’ en la gala organizada por este diario. Aquella noche percibió el vuelo que está tomando su carrera. «Con los nominados que había, no me lo esperaba de ninguna manera», recuerda. Recogió el premio nerviosa, pero ante el micro tiró de sencillez para defender la grandeza de sentirse deportista y aragonés.

Veinte días después se subió a un estrado diferente, esta vez para recoger otro metal dorado. En el Mar del Norte fue de nuevo la mejor. Ganó bien, sobrada según cuentan los tiempos. La zaragozana, que ganó la final con un tiempo de 7.41.64, superó por casi cuatro segundos a la italiana Greta Martinelli (7.45.63) y por más de cuatro a la suiza Jana Nussbaumer (7.45.95). Fue una prueba «durita», dice. Aunque todo mejoró respecto a las previsiones: «Daban unas condiciones bastante malas, de viento en contra, frío, olas... Pero al final fue agradable», cuenta Esther, que trata de explicar ese espíritu competitivo referido. «En las pruebas llegas a 200 pulsaciones, se llega al límite. En algún momento, exhausta, siempre piensas en parar, pero sabes que no puedes...».

El sabor del oro europeo es «bueno», aunque no se parece al del Mundial. «Aquello fue algo único, impresionante. Cuando vas al Campeonato de Europa habiéndote quedado campeona del mundo, sabes que hay que remar pero también que tienes papeletas a favor. El Mundial fue otra cosa, una sorpresa que no me esperaba». El Europeo ha servido para constatar su superioridad. «Me quedé a 7 segundos del récord del mundo pese a tener un pelín de viento en contra al final de la regata. De sensaciones fui muy cómoda, con un ritmo más alto del que suelo llevar» que le llevó a superar su mejor marca personal. «Tenía 7.48 e hice 7.41, así que ¡7 segundicos!», cuenta divertida en su regreso a casa, al río de su vida. «Ahora vienen días que parece que le van a echar agua al Ebro. Este río es así, le gusta cambiar», ríe Briz, que este fin de semana compite en el Campeonato de Aragón. «Luego me queda el de España, que es a finales de junio, y el Mundial, que es la segunda semana de agosto. Después aún tengo los Juegos Olímpicos de de la Juventud en Buenos Aires, en octubre, algo diferente porque las regatas, que son siempre de 2.000 metros, en esta ocasión son de 400». Quiere ganar todas, aunque no lo diga.