Vaya por delante que el Zaragoza jugó mal y el Tenerife demostró que no es el equipo endeble que se anunciaba fuera de casa. Por fútbol, se entiende, no debería considerarse injusto el resultado. Queda la duda de qué hubiese pasado con otro árbitro. Ay, el árbitro. La lio, sí. Un árbitro valiente, resumió luego el entrenador del Tenerife. Es una forma de verlo, claro, en una visión interesada al ser su equipo el visitante. El 1-2 cambió el partido, sin duda. Ni qué decir tiene el 1-3.

Habrá que verlo cuando toque en el Heliodoro. En La Romareda, desde luego, no se compartió la opinión de Álvaro Cervera. Y eso que también le llamaron valiente muchas veces, en este caso con la consabida coletilla despectiva. En fin, que el granadino Juan Manuel López Amaya, recién ascendido, alteró a los zaragocistas de abajo y de arriba de una manera que no se veía desde hace tiempo. El Zaragoza casi se mete en el partido por una simple cuestión de rabia. Pero no. Fue rápido para sacarlo otra vez, permitiendo lo que casi nunca se permite en jugadas intrascendentes en zonas intrascendentes. El conjunto canario se fue sintiendo cómodo hasta perdiendo tiempo, mucho tiempo, en uno de esos detalles que tranquilizan a un equipo aunque esté a 2.000 kilómetros de su casa. Al de enfrente, obviamente, lo desquician.

En fin, al lío. El de los penaltis. Nadie se creía que fuese capaz de pitar el agarroncillo de Borja Bastón a Hugo Álvarez, en uno de esos contactos que se cuentan por decenas en cada córner. Mucho menos se imaginó que luego se atreviera a pitar otra pena máxima, estúpida, de Rubén. Cabe pensar que si el central hizo eso fue porque no se le pasó por la cabeza --ni a él ni a casi nadie-- que el trencilla volviese a castigar al Zaragoza.

Conocían ambos equipos, como bien confesaron después, el tipo de árbitro que se encontraban ayer. Deja jugar mucho en el centro del campo, donde apenas interrumpe el juego. Sin embargo, no lo tolera en el área. "Ya sabíamos que es un árbitro con resultados favorables a los equipos de fuera de casa, un árbitro valiente", dijo Álvaro Cervera, que debió frotarse las manos antes del partido. La visión de Víctor fue bien distinta. Ni habló de osadía ni de atrevimiento, claro. "Ya sabíamos las características de este árbitro, pero es la primera vez en mi vida que me pitan dos penaltis en contra jugando en casa. Espero que no me vuelva a pasar".

Todo fue raro. Como lo es encontrarse con un colegiado que se sale de la línea. Tan extraño fue que por primera se vio a un Zaragoza desquiciado. Pareció otro equipo en cuanto a pausa y carácter. Se descompuso, agitado por su coraje, y no supo reconducir esa ira hacia el gol. Perdió el rumbo, se aceleró, no supo qué debía hacer. La grada ya le estaba jugando el partido del árbitro, al que apretó. No hubo nada que hacer. Pese a ser lunes, más que deuterofobia ayer hubo ornitofobia. Sí, el árbitro era un halcón.