Los viejos fantasmas de la desolación retornaron anoche a la cancha de Boca Juniors: Argentina empató sin goles ante Perú, y a estas horas, las más tristes que se recuerden en esta ciudad por mucho tiempo, será espectadora de Rusia 2018. Si no ocurre un milagro el martes ante Ecuador en Quito, Lionel Messi, el mejor jugador del mundo, verá el torneo por televisión.

En 1969, los peruanos dejaron a la selección argentina fuera de México-70 en ese mismo estadio que en la noche del jueves se pobló de ilusiones infundadas. Treinta y ocho años más tarde, la historia se empecinó en volver a contarse de la misma manera. El equipo que conduce Jorge Sampaoli ha quedado en la sexta posición de las eliminatorias. Tiene que vencer a los ecuatorianos, y hasta con un empate podría pelear una posibilidad de ir a Rusia con un desempate con Nueva Zelanda. Incluso, si los planetas se alinean y triunfa, estaría en condiciones milagrosas de ir directamente al Mundial.

Pero hace tiempo que los vientos de la suerte soplan en otra dirección. "Solo nos faltó el gol", dijo Sampaoli después de un partido que dejó enmudecido a todo un país. Y es verdad. Argentina probó y probó, pero el balón no entró porque Pedro Gallese, el portero y figura peruana, se convirtió en un muro, y Darío Benedetto, el nueve de Boca, que le ganó el puesto a Mauro Icardi por que se siente "en casa" en esa cancha, erró cuatro oportunidades que le habrían evitado este sufrimiento. Messi se cansó de regatear y habilitar a sus compañeros. Gallese y un palo, en otra oportunidad, le sacaron el gol de su garganta. Otra vez sin socios imaginativos, fue él y sus circunstancias. Sus tiros libres, que por lo general suelen ser imbatibles, se estrellaron contra los defensores peruanos. La imagen del héroe caído, esta vez con las manos juntas, como si quisiera rezar, resumen su propia impotencia. Ni siquiera el cielo quiso escuchar los ruegos.

Resultados contrarios

¿Cómo se cayó tan bajo?, se preguntaban periodistas e hinchas, al borde de la indignación, a medida que pasaban los minutos y Argentina no podía quebrar ese cerrojo llamado Gallese. La televisión, para colmo, daba noticias aciagas de un Brasil cómodo en su liderazgo, Uruguay segundo, después de empatar con Venezuela, y Chile y Colombia que se estaban quedando con los otros dos boletos directos: la 'Roja' al ganarle a los ecuatorianos en Santiago y los cafeteros, pese a perder 1-2 con un Paraguay que todavía tiene opciones de clasificarse. Los argentinos creen que Brasil no opondrá mayor resistencia a Chile la semana que viene para, de esa manera, disfrutar de la frustración argentina.

Los tramos finales del partido fueron desesperantes. "Messi, siempre Messi, intentaba, porfiaba, quería, deseaba. Pero no encontraba cómo hacer que la selección se alejara de esa cornisa por la que camina desde hace meses. Conmovía verlo así, capitán de un barco a punto de naufragar, tratando por su cuenta y orden de sacar el agua que se colaba por todas las rendijas. A babor y estribor. Por la proa y por la popa", dijo 'La Nación'.

Cuando el árbitro brasileño Wilton Sampaio se llevó el silbato a la boca para anunciar que todo había terminado, el estadio de 'la Bombonera', y todo el territorio, se contagió de un ambiente funerario, apocalíptico. "No nos salvó Messi, no nos salvó Benedetto. No nos salvó nadie. Ni el buen partido de Mascherano, ni las buenas intenciones ni los momentos de conexión entre algunos. La falta de ritmo, la falta de sorpresa, la falta de instinto asesino a la hora de pisar el área. La catarata de errores de estas eliminatorias se paga con este sufrimiento", se lamentó el diario deportivo 'Olé'. "Estoy ilusionado con lo que viene. Vamos a ganar en Ecuador. En el camarín hubo un clima de entusiasmo cuando nos enteramos que si ganamos en Quito clasificamos", se atrevió a pronosticar Sampaoli pero, en medio de un pesimismo colectivo, nadie le prestó demasiada atención.

Pesa la camiseta

Diego Latorre, exestrella de Boca y campeón de América con Argentina, ofreció uno de los diagnósticos más crudos. El seleccionado "es un equipo atado, que más allá de las intenciones que se le pueden vislumbrar, pelea contra sus fantasmas, contra sus propios nervios y contra su evidente falta de funcionamiento. Un conjunto al que le importa poco el rival que tiene enfrente porque en realidad se enfrenta todo el tiempo a sí mismo, a su karma, al maleficio que parece perseguirle".

La blanquiceleste tiene el peor promedio de goles de las eliminatorias: menos de uno por partido. Hay jugadores como Di María y Banega a los que la camiseta les pesa como plomo derretido. Pasan los entrenadores -en un año estuvieron Tata Martino, Edgardo Bauza y ahora el locuaz Sampaoli- y nada se modifica. "A veces se me ocurre pensar que quizás el destino haya querido juntar todo lo que hicimos mal durante tantos años y está conspirando contra nosotros", escribió Latorre.

El equipo con la estrella futbolística más querida y cotizada del planeta es en rigor el espejo de una federación sumida en una crisis escandalosa. La última perla negra de los dirigentes que conducen el fútbol argentino tuvo que ver precisamente con organizar el partido en el estadio de Boca. Alegaron que los jugadores se sentirían más estimulados por un público que, al gritar, hace que los cimientos vibren. Lo que en realidad sucedió es que se organizó con la 'barra brava' boquense una monumental reventa de entradas. Las denuncias periodísticas hablan de beneficios de casi un millón de dólares. Rafael di Zeo, el exjefe de esos grupos delincuenciales, quien tenía prohibida la entrada al estadio, reapareció en 'la Bombonera' para "alentar" al seleccionado. El fiscal Christian Longobardi ya tomó cartas en el asunto.