Fue el partido de Papu, sí. No puede ser de otro modo habida cuenta del hat trick del georgiano, que eligió la mejor manera posible de decirle a su entrenador que se equivocó cuando no contó con él ni un segundo en Cádiz. Allí, en el Carranza, le llamaron asesino cuando asomó a calentar en recuerdo de aquella entrada a José Mari en la primera vuelta que supuso una lesión grave para el jugador andaluz. Seis días después, Papu fue un asesino, sí, pero de los buenos. Un verdugo implacable y letal sin ápice de piedad hacia un Albacete que ejerció de víctima ideal.

Lo mejor de Papu, en todo caso, es lo que todavía está por llegar. Cada vez potencia más sus virtudes y camufla mejor sus defectos, que encuentran en la media punta el lugar idóneo para no ser un problema. Papu es bueno, muy bueno. Y será mejor. Mucho mejor. Una joya del patrimonio.

Pero Papu brilló porque otros lo propiciaron. Es el caso de Pombo, otro futbolista descomunal con un presente solo peor que su futuro. Otro nombre propio. Ayer, el zaragozano impartió una lección de fútbol. Desmarques de ruptura, visión de lince, juego combinativo y asistente de lujo. En el primer tanto arrastró, y en el segundo, tercero y cuarto sirvió en bandeja (aunque con bendito toque involuntario de Papu a Zapater en el gol del ejeano). Tal vez por eso Borja, sabio él, quiso dotarle del premio merecido del gol que no llegó, pero Pombo jugó ante el Albacete el que quizá fue su mejor partido con el Zaragoza. No solo fue asistente, no. Fue una pesadilla para la zaga manchega. Una tortura a base de movilidad y trabajo, asignatura cada vez menos pendiente del canterano.

Ahora, Pombo debe ganar en regularidad. Mereció tanto pasar por el banquillo como merece ahora la continuidad. Pero la estancia en la suplencia, lejos de atacar su ánimo, ha devuelto a un futbolista que ha convertido la rabia en aliado y el orgullo en un arma mortífera. Otro asesino.

Papu y Pombo, la doble P, fueron lo mejor del Zaragoza cuando ambos venían de no ser titulares en el partido anterior. Y eso muestra hambre, una virtud salvaje a estas alturas. Ahora, convendría cerrar de una vez una puerta que acumula seis partidos consecutivos dejando entrar al enemigo. Y sabido es que el Zaragoza mata si dispara primero pero muere si es quien recibe el tiro. Un escuadrón temible es aquel que dispone de asesinos pero también sabe guardar su espalda. Si así lo hace, será invencible.