No ha habido una fractura como tal dentro del vestuario del Tecnyconta si por eso se entiende un estado de agitación constante, de confrontación. La relación personal de los jugadores ha sido y es buena. Sin ir más lejos, el pasado martes la parte de la plantilla y cuerpo técnico que aún están en Zaragoza celebraron todos juntos el 29 cumpleaños de Gecevicius. Sin embargo, la química que el grupo mostró en la pista en los primeros compases de la temporada se fue deshaciendo hasta disolverse por completo por la erosión continua provocada por diferentes factores con el partido en Badalona a finales de diciembre como punto de inflexión.

La plantilla ha estado compuesta por un grupo heterogéneo unido acaso por la general falta de carácter en el que ha habido diferentes grados de compromiso. La palabra equipo no significó lo mismo para todos los jugadores y los que anteponían el colectivo a lo individual acabaron cansándose de los que solo miraban sus números. Es lo que sucedió con jugadores como Tomás Bellas, que intentó desde el principio hacer piña y buscar la unión del equipo, mostrada en los célebres selfies posteriores a cada victoria. Hubo cinco fotos triunfales, hasta Badalona.

El caso más paradigmático de jugador que hace chirriar las piezas de un equipo es el de Stevan Jelovac. Los tres entrenadores que ha tenido en Zaragoza dijeron lo mismo de él: es uno de los jugadores con más talento ofensivo con el que habían trabajado. Sin embargo, en tres años en Zaragoza ni él ha terminado de integrarse como jugador de equipo ni los sucesivos técnicos han conseguido que cambie su mentalidad. Lo que podía haber sido una gran solución ha acabado siendo la manzana que pudre el cesto.

La relación personal con sus compañeros ha sido buena, pero en la pista a veces les sacaba de quicio. Manresa fue el último ejemplo, ejecutó un lanzamiento que no se correspondía con lo que Guil había dibujado en la pizarra y, después, realizó unos gestos a la grada que le costaron la técnica y, en consecuencia, el empate, la prórroga y la derrota, con el consiguiente enfado del resto. Eso provocó un episodio de alta tensión en el vestuario con algún peso pesado del equipo. Una circunstancia que se ha repetido decenas de veces en estos tres años, con los compañeros recriminándole una acción mal ejecutada por salirse del guion.

El MVP del pasado mes de noviembre vino a confirmar esa tendencia al individualismo del jugador serbio y a distanciarle aún más del equipo dentro de la pista. Además, las buenas actuaciones, al menos numéricas, del ala-pívot, despertaron la envidia y los celos de Robin Benzing, que prefería el protagonismo para sí. Una situación que empezó a originarse la temporada anterior.

Al hecho de que dos de los jugadores que podían ser los puntales ofensivos miraran cada uno por lo suyo se fueron uniendo otros factores. Por ejemplo, los dos jugadores lituanos, especialmente Gecevicius, mostraron una progresiva desconexión. Isaac Fotu pareció engullido por la situación. Hubo tres jugadores que terminaron sin jugar absolutamente nada, lo que contribuyó a que la gente fuera desenganchándose poco a poco. Casadevall logró la unión de inicio pero tras Badalona no pudo recomponerla y Guil no fue capaz de cambiar la cara del Tecnyconta. Sus mensajes dejaron de calar en el grupo.

Claro que también ha habido ejemplos de lo contrario. Bellas ha jugado casi siempre lesionado, Sergi García ha sido un ejemplo de actitud, Norel ha demostrado que le importa el club y Marcos Knight, el último en llegar, ha ofrecido un rendimiento aceptable jugando a pesar de que su padre se encontraba gravemente enfermo en Estados Unidos. Unas muestras valiosas pero a la larga insuficientes para hacer equipo.