Cuando todavía resuenan los ecos del jolgorio madridista en un Camp Nou insólitamente merengue, el Barça anunció ayer el fichaje de Paulinho Bezerra, un remiendo para un equipo en crisis. Tiene 29 años, es titular en la selección brasileña y ha costado 40 millones de euros, el importe de la cláusula de rescisión para que el Guangzhou Evergrande, de la Liga china, lo dejara marchar. Firma por cuatro temporadas y desde su entorno se ha filtrado que pierde dinero porque quería jugar en el Barça a toda costa.

En China cobraba siete millones netos al año, cantidad que no percibirá aquí, al menos en principio: aunque el Barça nunca habla de cifras de salario, con certeza habrá una mejora de los emolumentos del jugador en función de su rendimiento. Queda protegido por una cláusula de rescisión de 120 millones. Pasará la revisión médica, firmará y será presentado el jueves.

El fichaje de Paulinho, cuarto fichaje más caro de la historia del Barça, difícilmente aliviará el desánimo de la afición culé. No es un futbolista con cartel, carece del carisma necesario para ilusionar a un club que todavía no ha pasado el trauma de la fuga de Neymar y encima acaba de ser vapuleado en casa por el máximo rival, es muy caro y, por si fuera poco, sus características representan lo opuesto al objetivo inicial de la temporada, el fino Verratti. La sensación de que el club da bandazos es ya una evidencia a cinco días del comienzo de la Liga.

El Barça aún confía en fichar a Coutinho, a Dembélé o a ambos, pero de momento lo que hay es Paulinho. Los tiempos, fundamentales en los estados de ánimo, no ayudan y la demora en hacerse con un crack de verdad socava la paciencia del barcelonismo. El aficionado ha visto en los últimos tiempos cómo el club dejaba ir a Bartra por ocho millones y a Sandro gratis, o no querer fichar a Marco Asensio. Y, sin embargo, ahora se contrata por 40 a un veterano que fracasó en la Premier League.