No es la defensa, es, en realidad, la estructura defensiva. Poco importa que el Barcelona juegue con tres jugadores atrás (usó Luis Enrique el atrevido 3-4-3 contra la Juventus) o con cuatro (frente al Málaga empleó el más conservador 4-3-3, igual que hizo ante la Real Sociedad). No hay manera de hallar una solución a ese drama. En tres partidos, siete goles han encajado los azulgranas, obligados ahora a ajustar todas las piezas para mantener la esperanza de eliminar a una experta Juventus. Sin defensa, presionando ordenadamente desde la salida del balón italiana hasta el balcón del área de Ter Stegen, no habrá paraíso alguno para el Barcelona.

Necesita el técnico detener de forma urgente la hemorragia defensiva que ha sacudido a su equipo en la última semana, tanto lejos del Camp Nou (cinco goles en 180 minutos) como en su casa (dos tantos en 90). No hay manera de que Luis Enrique dé con la tecla para mantener la estabilidad de un Barça que ha ido descomponiéndose hasta ser extremadamente frágil. Antes, solía defenderse con el balón en sus pies. Pero, poco a poco, ha ido perdiendo el gobierno de la pelota, y ha reculado de tal manera en el área que cada vez ha defendido peor.

Desde la remontada ante el París SG, el Barça solo ha logrado dejar su portería a cero en un partido (3-0 al Sevilla) de los ocho últimos que ha disputado, prueba de que cada vez es más vulnerable atrás. Todos miran a la zaga y a Ter Stegen cuando éste recoge enfadado el balón de su red, sobre todo en Europa. El Barça no supo detectar las llegadas desde atrás de Dybala, que aparecía totalmente libre de marca, para equilibrar esos desajustes. Curiosamente, esa mala tendencia de los últimos 10 días no se corresponde con la respuesta del Barça en su casa cuando juega la Champions. El parcial es tan demoledor (21 goles a favor y uno en contra) que cualquiera de los resultados logrados le servirían para ir a semifinales.