En el verano, tiempo propicio por antonomasia para el enamoramiento futbolístico, ciego y poco racional como toda pasión, Lalo Arantegui lo tuvo más sencillo para que su mensaje calara. Aquellos momentos de ilusión, que los hubo, se tradujeron pronto en unas mejores entradas en La Romareda, un clima muy favorable y unas buenas perspectivas que, desafortunadamente, nunca cristalizaron. Ahora, medio año después, con el Real Zaragoza con 27 puntos en 23 jornadas, solo tres por encima del descenso, a diez del sexto y a 19 del líder, es mucho más difícil que el discurso del director deportivo penetre en la masa social. Los resultados están dando la espalda.

Sin embargo, en cada aparición pública, Lalo muestra un convencimiento absoluto en lo que dice. Trata de transmitir seguridad y tranquilidad a pesar de que la situación es insegura y, por lo tanto, nada tranquilizadora. Ayer, el ejecutivo aseguró que el Zaragoza no va a pelear por evitar el descenso, que la segunda vuelta será mejor que la primera y que no titubea sobre su idea original: mantener el concepto de proyecto, un bloque y un estilo.

Arantegui lo tiene claro, que es mejor que ser un saco de confusión. Pero lo relevante no es que él defienda con vehemencia lo que cree sino que funcione. Ese ha sido el problema deportivo del Zaragoza estos cuatro años: que nada ha funcionado.