En el Real Zaragoza hay futbolistas insustituibles. El éxito del equipo depende en gran medida de que su rendimiento siga en niveles eminentes. Cristian Álvarez, Borja Iglesias, Eguaras… Las posibilidades de ascenso pasan por sus botas y por sus manos. Pero por detrás de ellos ha emergido un pelotón de jugadores en los últimos meses que está honrando la capacidad de competir como lo hacen los grandes deportistas. Entra Delmás por Benito y firma una primera parte magnífica contra el Sporting, anulando las diabluras de Jony. Papu se hace con la mediapunta en detrimento de Febas y defiende el puesto jugando con verticalidad, muchísima velocidad y rompiendo líneas, a pesar de que todavía tiene un importante déficit de elección en los últimos metros. Mientras, Buff continúa a la expectativa con el recuerdo como aliado: su última aparición se correspondió por fin con las expectativas. Salta Toquero desde el banquillo después de unos meses de vivir en un segundo plano por una lesión y hace gol. Pombo purga pecados y, cuando regresa, en media hora recupera el tono ofensivo. Baja el volumen de oxígeno del pulmón de Guti y Ros está preparado. Los centrales han entrado y han salido y la competitividad los ha ido mejorando a casi todos.

Ha tenido que ver mucho la buena dinámica de resultados, que ha engrandecido las virtudes y escondido los defectos. Con las victorias, el futbolista está feliz y la felicidad dispara el rendimiento. La tristeza hace languidecer, la alegría entusiasma. Eso es lo que ha conseguido Natxo González con este Zaragoza vivaz desde enero: convertir el equipo en varios equipos y tener a casi toda la plantilla profundamente metida en faena. La competencia está produciendo jugadores ganadores. Y un equipo ganador.