Le preguntaron un día por él en una rueda de prensa a Popovic, sobre sus evoluciones médicas, sobre sus revoluciones, sobre su fecha de vuelta. El entrenador se trastabilló al intentar explicar algo que acabó por resumir con cierta gracia: "El Jaime es el Jaime", concretó. Más de uno se rio al entender las dificultades que tenía el serbio para explicar la particular personalidad de este genio veloz al que se tiene que agarrar el Zaragoza en busca de ese ascenso que, visto el fútbol sin él, parece más una cuestión de fe que una realidad.

Si el zaragocismo puede seguir creyendo es en gran parte gracias a Jaime Romero. Casi todo lo que fue ayer el equipo se debe a ese carácter indómito del albaceteño --bicho le llaman sus compañeros--, uno de esos futbolistas que siempre pide el balón, que lo baja, lo controla, acelera, regatea, frena, centra, dispara. Juega al fútbol, al cabo. Con naturalidad, todo normal, como corresponde a un futbolista de toda la vida. Una gran noticia para este equipo timorato en el que no abunda el temperamento y sí los caracteres pusilánimes que se deshacen con cuatro pitos.

Se han esforzado en el club durante toda la temporada, y lo siguen haciendo, para que la plantilla no sienta la presión de la ciudad, la obligación del ascenso. Se debe a esa tendencia medrosa del jugador de hoy en día, robotizado en el campo hasta el punto de perder el orgullo. Nada tiene que ver esto con Jaime, futbolista descarado de cuna. Todo lo bueno pasó ayer por sus botas. De hecho, solo desde su banda, cualquiera que ocupase, se activó el peligro de este Zaragoza tan desvalido.

Pero bien, Jaime va a llegar al final de temporada en un buen estado si nadie lo estropea por el camino, si no hay más lesiones inoportunas ni más decisiones incoherentes. Desde aquella tarde en la que se rompió el bíceps femoral ante el Recreativo, ese día en el que le brotaba el fútbol a la velocidad del rayo, ha pasado tres meses de oscuridad y extraños episodios. Rara fue su reaparición ante el Barça B solo dos semanas después de su recaída, cuando Popovic decidió alinearlo como titular pese a su reciente dolencia. Más extraña fue la explicación del entrenador, que arguyó que ya intuía que se podía lesionar y que prefería que eso sucediese en los primeros minutos. Tal que así. El episodio ante el Llagostera ya sonó a cuchufleta. El técnico anunció que haría una convocatoria con 17, pero luego no solo lo citó, sino que decidió sacarlo los últimos minutos. El resultado fue la reagudización de su desgarro.

Se entiende que Jaime, que acelera hacia su mejor momento, va a entrar en el periodo decisivo de la temporada en buenas condiciones físicas. Eso quiere decir que desequilibrará defensas, romperá líneas, decidirá partidos. Ha perdido incluso en cierta parte esa condición de chupón que parecía inherente a su personalidad. Es menos anárquico, más generoso, mejor jugador, incluso más inteligente en cuanto a actitudes y comportamiento, menos irascible, más comprensivo con los suyos y el resto del mundo. Tiene fe, cree en él y en su fútbol, no tiene miedo. Bueno, pues ya hay uno para pensar en el ascenso.