Ser de un club de fútbol no suele ser una elección. Surge y ya está. A muchos les llega su afición por un equipo a modo de herencia, como si fuera algo que se incluye también en los genes; pelo rizado rubio, orejas de soplillo, y del Zaragoza. La tradición influye en esto del balompié, qué hijo querría decepcionar a unos padres que le compran la equipación en talla para bebé. Aunque esto del fútbol es un fenómeno universal. Las barreras ya no existen y ese concepto importado de Inglaterra del anima al equipo de tu ciudad cada vez está más oxidado. Para bien o para mal.

Siempre hay gente que encuentra refugio en los equipos poderosos, aunque no sea por sentimiento, más por abrazar el falso dogma de que hay que animar a uno de los mal llamados clubs grandes. Sin embargo, otros foráneos se saltan lo fácil para caer rendidos a un club con el que jamás hubieran imaginado tener vinculación. El destino se guarda cosas imprevistas y espontáneas. Como ser de Santiago de Compostela, crecer viendo a los ídolos del Celta de Vigo y terminar hechizado por el Real Zaragoza. Vino a la capital del Ebro para continuar creciendo y se encontró en un lugar donde era feliz. Lo que parecía ser circunstancial terminó por ser perpetuo.

Todo terminó bajo una grisácea lluvia en La Romareda. Ante el Numancia se cerró de golpe un ciclo en Zaragoza. Dejó una campaña inolvidable para muchos y el billete perfecto para que el gallego diera el salto a la Primera División con el Espanyol; una oportunidad merecida. Su marcha estuvo llena de palabras entrañables, pero estas no estaban vacías —algo raro hoy en día—. No fue un trámite más de este fútbol altamente plástico y predecible.

Una parte de Borja Iglesias es zaragocista y así lo ha plasmado haciéndose socio del club aragonés. Es una muestra de fidelidad, como cualquier otro zaragozano, como cualquier aragonés o persona del mundo que se identifica con este escudo. No es cosa de la tierra, o de aspectos geográficos. Basta con tener una historia, un vínculo que llene. Es lo mismo que un abuelo peleón por hacer que su nieto abrace a su equipo, o un futbolista foráneo que queda embriagado por unos colores. Todo es amor. Como Borja Iglesias, socio 20.575 del Zaragoza.