Braulio Nóbrega desplegó ayer en los juzgados de Zaragoza todo un compendio de clásicos de la crónica judicial. Su apelación a las coacciones sufridas a manos de la Guardia Civil para autoinculparse evocó las denuncias que tradicionalmente formulan los detenidos procedentes de determinados ambientes antisistema. Su poblada barba sugirió la maestría taleguera de los veteranos atracadores que cambian de aspecto físico antes de cualquier comparecencia en el juzgado en la que afrontan el riesgo de que el juez pueda preguntarle a una víctima si recuerda su rostro. Y su donde dije digo digo Diego recordó la declinatoria de Santiago Mainar, el asesino de Fago, que --salvando las distancias-- fue condenado tras quedar probado en el juicio que dijo la verdad cuando se autoinculpó inicialmente y no cuando se declaró inocente en sus dos siguientes declaraciones. En el caso de Braulio, el tanteo es de dos testimonios propios en contra por uno a favor, si bien en los tribunales suelen pesar más los aspectos cualitativos que los cuantitativos.

El delantero canario, cuya vinculación con el Real Zaragoza quedó rescindida el pasado 11 de octubre, llegó al edificio de los juzgados de la plaza del Pilar sobre las diez y media de la mañana. Vestía ropa deportiva y lucía esa barba que solo ocasionalmente se dejaba cuando era jugador blanquillo.

Entró por la puerta del público, pasó por el arco detector y enfiló hacia el juzgado de Instrucción número 10 acompañado por su abogado, el lacónico penalista madrileño Julián de Martín, rodeados de flases fotográficos y enfocados por las cámaras. Un agente del Cuerpo Nacional de Policía los escoltó hasta la quinta planta, a la que subieron en ascensor. Permaneció allí durante toda la declaración, que se prolongó por espacio de 45 minutos, de las 10.50 a las 11.35.

No hubo incidentes. Tampoco cuando el delantero canario descendió a la planta baja y abandonó el edificio. De hecho, ninguno de los periodistas presentes mostró enfado o extrañeza cuando eludió responder al puñado de preguntas que le lanzaron. "¿Te has declarado inocente?" El pillo no dijo ni que sí ni que no. "¿Cómo te encuentras?" Vete a saber. "¿Volverás a jugar al fútbol?" Hagan juego.

La cara de póquer con la que el futbolista entró y salió de los juzgados no permitió determinar cómo le está sentando esa extraña fama por la que nueve mujeres le han señalado como un sátiro en cuatro semanas.