Dejó de llover ayer en Berlín, pero los parques estaban casi vacíos. Solo hay una explicación a este fenómeno en una ciudad donde, con la llegada de los primeros rayos de sol de la primavera, los ciudadanos corren a tumbarse en la hierba. La explicación es que ayer toda la ciudad salió a recibir a los campeones del mundo. En la milla de los fans, una larga calle normalmente llamada 17 de junio, que va desde la Puerta de Brandeburgo hasta la Columna de la Victoria, se juntaron unas 500.000 personas para recibir a sus ídolos y compartir con ellos la fiesta de bienvenida. Pero no fueron los únicos, ya que en el recorrido que va del aeropuerto de Tegel al escenario de la fiesta, miles de berlineses acompañaron al autocar que transportaba a los campeones, que tardó mucho más de lo previsto en completar el trayecto.

A las seis de la mañana empezaron a llegar los fans a la zona acotada para la recepción, que tuvo que ser cerrada poco antes de las once, porque ya no cabía nadie más. Padres y madres con hijos pequeños, llegados de Leipzig, de Stuttgart, de la isla de Usedom, en el Báltico; jóvenes y veteranos que ya habían celebrado la tercera estrella hace 24 años. Todos luciendo la camiseta de la selección, algunos, ya con la cuarta estrella, la conquistada en Brasil.

El avión de Lufthansa, que para la ocasión transformó su nombre a Fanhansa, aterrizó en Berlín poco después de las diez de la mañana, con una hora de retraso. Antes de tomar tierra, el piloto provocó el delirio de los cientos de miles de fans al volar por encima de ellos. Y al aterrizar, allí estaban los 1.000 incondicionales (la terraza del aeropuerto no da para más) esperando para ser los primeros en ver el trofeo en suelo alemán.

El héroe Schweinsteiger

Fue el capitán, Philipp Lahm, con la copa en sus manos, el primero en bajar por la escalerilla, decorada con las cuatro estrellas. Le seguía Bastian Schweinsteiger, envuelto en una bandera alemana que le cubría todo el cansado cuerpo. Él, que sudó, sangró por el encontronazo con Agüero, y lloró de emoción tras la victoria, fue uno de los héroes más aclamados de la fiesta, que empezó a animar Joachim Löw, que ha dejado de ser discutido para convertirse en el artífice del triunfo. Su grito "todos somos campeones del mundo" fue recibido con un entusiasmo desbordante por la afición.

A Manuel Neuer, el mejor portero del Mundial de Brasil, grupos de mujeres le pedían a gritos un hijo. Y Mario Götze, el autor del gol de la victoria frente a Argentina en el minuto 113 de la final, veía cómo su apellido era utilizado para hacer juegos de palabras con Gott (Dios en alemán) y pasaba a ser el dios del fútbol (Fussbalgott).

Hubo actuaciones musicales y presencia de personalidades, como el alcalde de Berlín, Klaus Wowereit, que lucía una camiseta de la Mannschaft, aunque desentonó al cubrirse con una americana que estaba fuera de lugar. Hubo también una coreografía de los jugadores, que fue criticada por algún medio digital. Sobre el escenario, Miroslav Klose, el héroe Götze y otros caminaban agachados diciendo "así andan los gauchos". Y a continuación, dando saltos triunfales, afirmaban: "Así andan los alemanes".

La idea de equipo, como base del triunfo, estaba presente en la mayoría de comentarios. Como dijo Franz Beckenbauer, "no tenemos un Messi o un Ronaldo, no tenemos una estrella; nuestra superestrella es todo el equipo". Sin embargo, después de la final, el autor del concepto del espíritu de equipo desde que asumió el cargo hace ocho años, Löw, confirmó que para motivar a Götze le dijo: "Demuestra a todo el mundo que eres mejor que Messi". Y funcionó, aunque solo fuese por un día.