—¿Aquella historia de que iba a ser reponedor en un hipermercado es una fábula o es real?

—No es un mito, pero tampoco llegué a ser reponedor. Lo que hice fue una entrevista de trabajo, y la verdad es que me cogieron (risas). Yo estaba cedido en el Utebo y al terminar la temporada me llamaron para la entrevista. Poco después de hacerla me pidieron que fuera a hacer unos entrenamientos con el filial. Los hice bastante bien y me dijeron que me quedara. Luego me llamaron de Alcampo para decirme que me habían cogido. Les dije que no, claro.

—¿Se imagina que le hubiesen llamado antes para ser reponedor que para ir al filial?

—Nooo (risas). ¡No me lo quiero ni imaginar! Encima no tenía coche y tenía que ir hasta Utebo. Me tenía que levantar a las cinco de la mañana, coger el casetero, luego no sé qué…

—¿Quién tuvo la idea de que se presentara a ese trabajo?

—Iba a cumplir 20 años y en el Utebo cobraba 30.000 pesetas, tenía que empezar a buscarme la vida. Fue por medio de un directivo del Utebo.

—Pasados los años del Aragón, el primer momento de su carrera en el Zaragoza es el del caño a Reiziger. Un debut particular, con el equipo ya descendido.

—Si soy sincero, todo el mundo le ha dado mucho más importancia a ese instante que yo. Me salió natural, me parece una tontada hacer un caño. Cuando me llegó la pelota y vi que Reiziger me entraba, creí que esa era la mejor forma de salir. Se le dio mucha importancia al detalle, pero a mí me salió eso sin pensarlo. Aunque para mí un caño es algo insignificante, a todo el mundo le pareció muy bonito que el primer balón fuera ese. A mí lo que me hizo ilusión de verdad fue debutar, jugar ese partido y estar en Primera División.

—En la 2002-03 se consolidó con el primer equipo en Segunda. Lo hizo a trompicones hasta la matinal de Oviedo en la jornada 28.

—Durante toda mi carrera me costaron los comienzos. El año anterior me había pasado en el filial con Villanova. Con Paco Flores fue tres cuartos de lo mismo. Incluso al siguiente, ya en Primera, empecé de titular y lo hice mal. Era un crío y necesitaba acoplarme, pero poco a poco conseguía ir haciéndome un hueco.

—El siguiente momento de su carrera puede ser el de la final de Copa en Montjuïc. Otro día raro porque fue expulsado pero el Zaragoza levantó el título.

—Las dos finales que jugué son inolvidables, incluso la que perdimos porque la trayectoria de la Copa fue muy bonita. Indudablemente, el mejor recuerdo que tengo de mi carrera es el de la noche que ganamos en Montjuïc. Tampoco me olvido de los ascensos, que son días muy bonitos.

—¿El del 2003, por ejemplo?

—No lo pude vivir. Me operaron de apendicitis unos días antes y se me quedó la espina clavada. No pude ir a las celebraciones, una lástima porque esas cosas se te quedan para siempre. Luego logré uno con el Villarreal, muy bonito igual, aunque no es el de tu ciudad y no es lo mismo.

—¿Recuerda la expulsión de la final del 2004?

—Perfectamente. En la primera tarjeta le dije al árbitro: «Al portero no se le puede tocar en el área pequeña», por una falta que le habían hecho a Láinez. Solo eso, nada más, sin faltar al respeto. Muy seguido, no fui ni consciente, hice una falta medio tonta en el centro del campo y, de repente, me habían expulsado.

—¿Le amargó la final?

—Me amargó el resto del partido. Al rato expulsaron a Guti. No me he olvidado porque lo tenía cerca y yo estaba medio llorando mientras él estaba tan tranquilo. No es que estuviera de risas pero estaba sentado tan normal con Ronaldo, el gordito, no Cristiano. Galletti me salvó luego la cabeza. Buf, fue un alivio. ¡La que podía haber liado!

—¿Ha jugado un partido más perfecto que el del 6-1 al Madrid de febrero del 2006?

—No lo he vuelto a ver entero. Sí he visto muchas veces los goles y se te ponen los pelos de punta. Para ganarle 6-1 al Madrid había que jugar así, como lo hicimos todos. Para mí fue ‘el partido’. No volveremos a ver algo así. Antes en un día normal del Barça o el Madrid, les podías ganar. Ahora parece imposible. El Barça no ha perdido aún ningún partido, por ejemplo. ¡Como para meterle seis goles ahora a uno de estos! Cada vez hay más diferencias entre los grandes y los modestos.

—Se fue pocos meses después traspasado al Villarreal. ¿Dolió?

—La historia es que yo quería renovar y quedarme, pero las condiciones que me daban eran malísimas. Ya iba a cumplir 25 años, aún tenía el sueldo del filial y me decían que debía tener un sueldo medio bajo de la plantilla. Me habían llamado ya de la selección, era segundo capitán, jugaba todos los domingos… No me merecía eso, y menos que me lo ofrecían para cuatro o cinco temporadas, que casi se me acababa la carrera. En el fondo querían que me quedara regalado o no renovara y me vendieran. Todo eso lo entendí después, pero entonces me cabreaba mucho porque no me valoraban.

—¿Entendió después que lo que quería el Zaragoza era el dinero?

—Claro. Vino el Villarreal y ni siquiera quise hablar con ellos, les dije que se dirigiesen al Zaragoza. Una hora después me llamaron, ya habían llegado a un acuerdo. El Villarreal me multiplicaba por mucho lo que me ofrecía el Zaragoza, me valoraba de verdad. En el momento sí me cabreé porque no era lo que yo quería, pero tampoco es que me volviera al Utebo. Me iba a un equipo que estaba jugando la Champions.

—¿Cómo lo ve con el tiempo?

—Casi doy gracias de que fuera así. Estuve en un club donde fui muy feliz y, además, no tuve que vivir los siguientes años en el Zaragoza, con los descensos y todas esas cosas que pasaron. Me alegro de no llevar esa carga. Descendí con el Villarreal y fue muy duro, pero no me quiero ni imaginar cómo hubiese sido con el Zaragoza. La mancha negra de mi carrera es aquel descenso con el Villareal, pero los sentimientos no son los mismos cuando se trata de tu equipo. Los partidos que ganas o pierdes en un equipo u otro no tienen nada que ver. Si sufría tanto esos años malos sin estar en el equipo, no me quiero imaginar cómo hubiese sido estando aquí con mis amigos y la gente de la calle. Si ya tenía carga sin descender y ganando copas...

—¿Entiende ahora esa relación de amor-odio con la grada?

—Lo que que pasó conmigo es lo que le suele ocurrir a los futbolistas de mi estilo. Cuando las cosas van bien, te quieren mucho; cuando van mal, te gritan. Si a mí no me salían las cosas, a algunos les daba la impresión de que no le echaba ganas. Yo me iba tranquilo pese a que había gente que tenía la percepción de que me esforzaba poco. Intentaba correr todo lo que podía, otra cosa es que no supiera sacarle rendimiento a eso. Me tocó vivir épocas malas de pitos, pero de verdad que eso me hizo crecer.

—¿Por qué?

—Hubo dos temporadas clave. La última antes de irme del Zaragoza y una en Villarreal. Ese año en La Romareda volvía a casa medio llorando después de que me pitaran. «No entiendo por qué me pita tanta gente», le decía a mi padre. Y él me contestaba: «Venga, Rubén, si son cuatro...». Con el paso del tiempo me fui acostumbrando a evadirme de esos momentos de gritos. Y cuando lo conseguí empecé a dar mi nivel. Entonces llegaba a casa y era al revés. Mi padre me decía: «¡Estoy harto de todos esos que te gritan!». Y yo le contestaba: «¡Pero si son cuatro!». Ya no los oía, solo me centraba en el juego. Ese aprendizaje me lo llevé toda mi carrera. No voy a decir nombres, pero tuve compañeros que les gritaban y no lo superaron. Hablo de jugadores muy buenos que se tuvieron que ir del Zaragoza. No supieron superar el murmullo.

—¿Lo recuerda como un murmullo?

—En mi caso sí. Cada vez que tardabas medio segundo más en soltar el balón de lo que ellos creían, había un murmullo increíble. Entonces la soltabas cuando tú no querías soltarla, lo hacías mal, te condicionaba el juego. Hay que aprender a hacer lo que te va saliendo en cada momento.

—El último adiós fue muy emocionante. ¿Entendió que se había acabado?

—Lo que entendí es que mi cuerpo empezaba a flojear de verdad, que se me hacía todo cuesta arriba. Psicológicamente llevaba tres años difíciles, tanto el último en el Zaragoza como el anterior en el Deportivo y el otro entre el Villarreal y el Atlético de Madrid. Fueron muy duros, no conseguí tener el nivel que quería, y decidí que lo mejor era echarme a un lado.

—¿Se arrepintió en algún momento de volver al Zaragoza?

—Nunca, ni por un segundo. Vine con la ilusión de ascender y casi bajamos. En ese aspecto fue muy difícil. Pero no me arrepiento de haber podido volver a vivir lo que es el Zaragoza. Recuerdo con mucho cariño el primer día que volvía a entrar en la Ciudad Deportiva, que está todo igual. Parecía que no hubiese pasado el tiempo.

—Esta vez sin murmullos.

—Sí. Y eso que la temporada pasada me podían haber gritado más. Tanto el rendimiento del equipo como el mío fueron flojos. Sin embargo, fue al revés. Por la calle, en todas partes, fue increíble el trato. Solo puedo tener palabras de agradecimiento.

—¿Estuvo en la puerta del Mundial 2006?

—Era muy difícil. No creo que hubiese ido, pero estuve en la convivencia previa al Mundial. Luego me lesioné en la final de Copa y, si tenía alguna opción, se pasó. Nunca lo sabremos.

—¿Cuánto le ha gustado el fútbol?

—Toda la vida. Me recuerdo desde siempre. De pequeño me pasaba horas y horas en el suelo con cromos y una pelota de papel de plata. Empecé en el Stadium Venecia y con 12 años me fui al Zaragoza, ya en infantiles. Allí fui subiendo todas las categorías hasta que acabé los juveniles y me cedieron al Utebo en lugar de pasar al filial.

—¿Siempre jugó de la misma manera?

—Hasta llegar al Utebo no me había desarrollado físicamente. Hasta juveniles era muy pequeño, muy delgado, muy niño. Me costó siempre mucho porque había una diferencia física tremenda. Si no tienes un entrenador que piense más en formar jugadores que en ganar partidos, estás fastidiado. Había críos que me sacaban dos cabezas y, aunque luego no llegasen ni a Tercera, los sacaban. Ramón Lozano fue el que más confió en mí cuando deportivamente no era seguramente el que más le iba a aportar. Pero él veía en mí más allá de un futbolista infantil o cadete. Es muy difícil encontrar un entrenador como Ramón. Él puso su confianza en mí cuando nadie la tenía.

—¿Llegó a dudar de que sería futbolista?

—Siempre fui partido a partido, nunca pensé hasta dónde iba a llegar. Quería hacerlo bien donde estaba y poco a poco me fueron llegando las cosas solas.

—¿Echa de menos el fútbol?

—No.

—¿Ha vuelto a jugar?

—Un par de partidos y luego tuve unas agujetas tremendas. No lo echo en falta, lo tenía muy claro. El verano anterior ya estaba desencantado y solo que apareciese el Zaragoza me activó otra vez la ilusión. Podía haber ido a otros equipos que pagaban más o eran de Primera, pero lo único que me mantenía algo la ilusión era el Zaragoza. Vine sin pensármelo mucho.

—¿Va a La Romareda?

—No he ido. He visto prácticamente todos los partidos por la tele, pero me cuesta ir al campo.

—Dijo Zapater hace poco en estas páginas que le echa mucho de menos en el vestuario.

—Lo leí. Es uno de los amigos de verdad que me llevo del fútbol y el jugador más zaragocista que he conocido.

—¿Qué le parece la hornada de futbolistas de la cantera que han llegado al primer equipo?

—Creo que están haciendo las cosas muy bien en ese aspecto. Es lo mejor que se está haciendo respecto a los años últimos. Son cuatro o cinco jugadores de la casa que seguirán al año que viene. Y tienen otro compromiso. No quiere decir que si estás en otro equipo das menos. Quiere decir que aquí das un plus que es imposible que lo des en otro lado. No sé por qué, pero lo haces.

—¿Ve a Zapater mejor esta temporada?

—Sí. Y más ahora. Cuando se ganan partidos se les ve mejor a todos. Este año tienen más el balón, le beneficia no tener que correr todo el rato detrás de la pelota o defender 50 contragolpes.

—Psicológicamente también se le ve mejor, sobrellevando el vestuario, el club, el entorno y todo lo que conlleva.

--Sí. Estoy de acuerdo.

—¿Ve más cerca el ascenso?

—Estamos en la pelea cuando nadie lo esperaba, pero queda mucho. No hay que creer que ya hemos ascendido que nos conocemos. Queda un montón. Calma, sin presión, normalidad para que sigan así. Hay que dejar que todo fluya.

—¿Qué hace ahora?

—Hice un curso de director deportivo porque sabía que no iba a ser entrenador seguro, no me gusta. Eso me atrae más, pero ahora no me apetece. He empezado a trabajar con Bahía, la empresa de los que fueron mis representantes, que reúne ahora todo lo que quiero. De momento, estoy aprendiendo.