De la primera a la segunda jornada no hubo tanta distancia en el Real Zaragoza aunque dé la impresión de que se abrió un abismo. Sigue siendo un equipo con agua pero sin pan en el cruce de los caminos. La explosiva primera parte contra el UCAM Murcia encendió el chupinazo de una fiesta mayor, pero la implosión de la segunda frente al Lugo dio paso al entierro de la sardina. De un ataque florido a una defensa sin abogado que se atreva a representarla. En ambos casos, la delantera se saltó las líneas de seguridad del rival a la pata coja, sobre todo en el Anxo Carro, con Ángel y Lanzarote abriendo regalos bajos los árboles de Navidad. La diferencia entre ambos encuentros estalla en los rigores de la contención, innecesarios el día del debut e inexistentes la noche del sábado con todo a favor.

Este tipo de comportamientos, aunque provoque una considerable confusión, no son extraños en un conjunto de las características actuales del Real Zaragoza, que pretende ser ave fénix con las alas cargadas de cenizas económicas, que se postula para el ascenso con una plantilla y un trabajo táctico todavía insuficientes. No es de extrañar que levante el vuelo y, de repente, se estrelle sin haber salido siquiera del hangar. Que adquiera una regularidad en su rendimiento, que pueda reclamar con firmeza su candidatura a luchar por subir, continúa pendiente de lo que saque Juliá de su chistera antes del 1 de septiembre y de que Luis Milla sea capaz de que todas las piezas encajen en un puzzle nada sencillo de resolver.

La mirada se mantiene fija en buscar un delantero que supere las prestaciones de Ángel, lo que va a ser muy complicado porque la compra de gol a bajo precio no garantiza nada y porque el actual Pichichi de Segunda, con sus ansiedades e imprecisiones, es un futbolista cualificado si tuviera un mayor suministro de balones. La necesidad de fichar arriba tiene una doble justificación y en ningún caso la de desplazar a Ángel fuera de cámara: hace falta un tipo solvente y capaz en una nómina ofensiva reducida a su mínima expresión. El del goleador es un reclamo lícito y lógico, pero esta categoría reclama otros impuestos menos vistosos.

El cataclismo final en Lugo confirma cuáles son las prioridades en este torneo, con preferencia mayúscula en tareas colectivas y constantes de eficacia y compromiso defensivas y en una sólida respuesta física. El Real Zaragoza estrena cuatro titulares atrás incluyendo al portero, quien merece un capítulo aparte, y aún se desconoce si su ternura es cuestión puntual o se va a enquistar en el tiempo. Sin embargo, en el centro del campo es donde se localizan sombras de grosor. La caída de tensión en el Anxo Carro que dejó tan en evidencia a los defensores naturales afectó a una columna vertebral muy sacrificada y solidaria en las ayudas hasta que se le consumió el oxígeno y huérfana de un constructor reconocible. Zapater, honesto y poderoso hasta que le duran las fuerzas, no lo es, y la genialidad de Cani tiene caducidad cuando todo el peso imaginativo recae en sus pies. Además, a Milla le gusta Erik Morán donde a nadie convence, ni al propio jugador, desplazado a trabajos forzados que acentúan sus defectos y apagan sus virtudes.

El centro del campo es un mundo a explorar y a mejorar para conquistarlo desde el esfuerzo pero también con el control. La presión como único elemento de equilibrio y de sorpresa conduce a una erosión descomunal porque nada consume más combustible (también psicológico) que correr detrás de la pelota. Hace falta un piloto que gestione la administración estratégica, un futbolista con jerarquía de balón, que permita a Cani potenciar su fantasía y hasta su llegada. En el corazón suele estar la solución, y el del equipo aragonés es ahora mismo arrítmico.

El Real Zaragoza, el auténtico ilusione o decepcione, se empezará a vislumbrar frente a la SD Huesca sin que lo que suceda en ese derbi vaya a marcar a fuego el futuro. Es tan largo este viaje, tan incómodo y accidentado, que se impone la prudencia siempre que las maniobras que han de realizarse en breve estén patrocionadas por la inteligencia y que el porvenir se afronte sobre el máximo aprovechamiento de una plantilla cerrada. Lo de Irureta deja una incógnita en el aire. Si son dos, hallar la respuesta podría ser un serio contratiempo porque con ese puesto no se juega.