Va a resultar que el fútbol es más sencillo de lo que parece, por lo menos de pizarra adentro. Luis Costa, por ejemplo, fue un maestro del arte de pasar desapercibido con los hombros poblados de púrpura. Ni anunciaba colonia ni se asomaba por las ruedas de prensa para escribir sentencias en las paredes. Dejaba que sus jugadores hicieran y hablaran, con él en un segundo plano brillante por comedido. Ocurría, en otro escenario bien distinto, con Luis Molowny en el Real Madrid, reanimadores a regañadientes de equipos heridos o firmantes con letra pequeña de títulos. Era otra época en la que el protagonismo pertenecía al cien por cien al futbolista y el entrenador salía muy justo en algún margen de las fotografías. En ocasiones junto al utillero y con medio cuerpo fuera del encuadre de la cámara.

César Láinez, por su personalidad, tiene algo de aquellos prohombres que se sentaban en al banquillo para intervenir cuando fuera estrictamente necesario, para utilizar la semana en los pequeños detalles que al final en este deporte son los importantes. No se puede ganar el exportero muchos elogios por la victoria en Elche ni por su todavía breve estancia en el cargo. Sería regresar al ombligo, es decir a medio camino de ninguna parte, a contemplarse en un espejo roto que no un espejismo cierto. El Real Zaragoza salió de Elche con una goleada a favor a cuestas, escapando de la zona de descenso y con forma y fondo de equipo por primera vez durante este curso. Resolvió todo en la primera parte, precisamente sosteniéndose en lo sencillo: asistencias medidas para Ángel y pegada inmisericorde.

No parecía él. Quizás no lo sea en el futuro aunque habrá que esperar. Láinez estaba obligado a cambiar cosas y sus grandes apuestas fueron cinco: Ratón en la portería; José Enrique y Cabrera intercambiando sus posiciones; Isaac en lugar de Fran; Pombo en la alineación y un triángulo de centrocampistas con Edu Bedía a un lado de Zapater y Ros una pizca más descolgado. Ya que por las orillas no se va nadie, a jugar y defender por dentro se ha dicho. El entrenador evitó hablar de revoluciones en la alineación, pero a la hora de la verdad asaltó la Bastilla y la tomó en 45 minutos. Bueno, para ser más exactos con el relato lo hicieron los futbolistas. Siendo sinceros todos, hubo alguna rasgadura de vestidura comprensible antes de que comenzara el encuentro. El once, es cierto, generaba dudas razonables.

Esto, aunque ya se hayan disputado 31 jornadas, no ha hecho más que empezar. La solvencia con que se resolvió el pulso con el Elche, con tres balazos y el control de la pelota, otro hecho inaudito en este equipo sin esencia creativa y con el físico al límite, anima a muchas cosas y caer en la tentación gratuita. El Real Zaragoza es aún un equipo convaleciente y sigue en planta, atendido por un doctor en plena carrera de medicina que ha acertado con el fármaco adecuado para aliviar sus múltiples cicatrices. César no se va a entretener en aceptar peines de plata. Sabe que está en pleno periodo de aprendizaje, que ha venido para cumplir con un papel y una responsabilidad muy complicados. A los que han renunciado sus superiores entregándole una cruz ardiendo como si fuera un caramelo.

Para llegar a la altura de Luis Costa o Luis Molowny, a Láinez le queda un mundo, pero por lo menos ha sido valiente sin osadía, creyendo en sí mismo y sobre todo en sus jugadores. Dándole un sentido al sinsentido que era el equipo. A partir de ahora, esperan otros partidos que ganar para firmar la permanencia. A veces, desde la sombra del hogar familiar se adivina mejor el interruptor de la luz. Lo que ha hecho César, y no es poco, es encenderla a ciegas pero con intuición para seguir caminando con la mayor paz posible.