Pau es algo así como una ciudad maldita para el Tour, donde un jersey amarillo (Michael Rasmussen, hoy cronista para un diario danés) huyó una vez por la cocina de un hotel angustiado por las sospechas de dopaje. O donde Alexander Vinokurov (hoy mánager del Astana de Fabio Aru) supo que se había equivocado de bolsa al recolocarse una sangre que creía que era la suya y no la de un compañero. También donde le dijeron al mayor de los Schleck (Frank) que había dado positivo. Por eso, en su ruta es normal que ocurran cosas que enturbien a todos... excepto a Chris Froome.

Él sonríe. Llega a Pau divirtiéndose, sabiendo que no le preocupan ni hoy ni mañana los Pirineos, porque para el jersey amarillo, la cordillera en vez de ser un territorio lleno de obstáculos y de cumbres (hoy Ares, Menté, Balès, Peyresourde y Peyragudes, y mañana el Muro de Péguère) es algo así como un jardín verde y fresco, como una fotografía bella y luminosa.

A Froome se le ve feliz en un podio en el que no faltan las azafatas. Y hasta da la impresión, cuando recupera fuerzas haciendo rodillo (la máquina que convierte a la bici en estática tras quitarle la rueda trasera), que podría hacer 200 kilómetros más sin preocuparse de las fuerzas. Él está convencido de que va a ganar y de la fortaleza de un equipo en el que confía para rescatarlo de cualquier encerrona, por ejemplo mañana, camino de Foix, con apenas un centenar de kilómetros. En una etapa similar, el año pasado, perdió la Vuelta ante la furia de un Alberto Contador casi tan castigado como ahora por culpa de las caídas.

DOS VECES AL SUELO

Hasta en dos ocasiones se fue al suelo el corredor madrileño. Más golpes da la vida, pero las heridas del Tour escuecen en la cadera y en el codo. Cabreo y rabia. No es cuestión de mala suerte. Si te caes, te levantas y no piensas en abandonar, sino en coger moral porque algún día cambiará la suerte. Y si no es en los Pirineos será en los Alpes. Así se expresa Contador dentro del autobús de su equipo mientras le cura el médico del Trek y así, más o menos, habla ante los periodistas, los que le ven llegar con el muslo ensangrentado. «Quien crea que por culpa de las caídas y los golpes me voy a venir abajo es que no me conoce. Quizá ahora tenga más fuerza y determinación para hacer algo. Y si no es en los Pirineos, en los Alpes».

Contador no es el único que se va al suelo. También se caen Bardet, tercero, y Fuglsang, el danés que ganó el Dauphiné y que está quinto de la general. Y eso que la etapa 11ª estaba considerada como de transición, por las llanuras de las Landas donde Luis Ocaña creció y se hizo ciclista. ¿Por qué será que Froome no se cae, ni Miguel Induráin en su apogeo, ni tampoco Lance Armstrong, aunque esté prohibido nombrarlo?

El Tour no es una ciencia exacta y el ciclismo es el deporte de la improvisación. Menos para cuestionar a Froome y dudar de la victoria de Marcel Kittel (la quinta) cuando aparece una llegada masiva en el guion de la prueba.