Chris Froome no carbura. Al menos como sería deseable para todo un cuatro veces ganador del Tour y una vez de la Vuelta. Mientras la prensa británica cuenta a favor suyo la aparición de informes científicos que plantean dudas sobre la eficacia de los controles a la hora de calibrar correctamente la presencia del salbutamol, la fórmula mágica que entra en los pulmones cuando se inhala ventolín, la que le está causando dolores de cabeza desde que acabó la ronda española del 2017, las piernas del británico de Kenia no parecen tener esa brillantez de otros años.

Si en el debut de la carrera, en la contrarreloj de Jerusalén, se dejó nada menos que 37 segundos con Tom Dumoulin, en Sicilia (triunfo del belga Tim Wellens), con el encanto de un Giro que ya no abandonará Italia hasta la meta final de Roma, perdió ayer otros 21 en una rampa asfixiante, de las que obligan a los corredores a retorcerse sobre la bici pero que para triunfar en ella no es necesario ser un gran escalador, sino un ciclista con piernas explosivas, tal como es el belga Wellens.

Froome volvió a ceder. Froome preocupa mientras Rohan Dennis sigue de líder. Y solo han transcurrido cuatro etapas.