—¿Cómo fueron sus primeros días de fútbol en Fregenal de la Sierra, en su Extremadura natal?

—Yo empecé a jugar a fútbol en Badajoz, donde estaba interno en un colegio. Primero en infantiles, luego en juveniles… Se llamaba Hernán Cortés, teníamos equipos en casi todas las categorías. Iba subiendo como un niño más sin tener ningún tipo de aspiración. Recuerdo los campos de tierra embarrados, aquellos balones que no se parecían en nada a los de ahora, las botas, negras todas, sin colores ni rayas... Era un fútbol bastante sacrificado.

—¿Cuál fue su primer contacto con el fútbol absoluto?

—Estando todavía en el colegio me fichó el Careva (acrónimo de la Casa Regional de Valencia), donde estuve un año jugando en Regional, no sé en qué categoría sería. De ahí me fui al Badajoz, que estaba en Tercera División. Como entonces no había Segunda B, la Tercera era una categoría muy fuerte.

—¿Y del Badajoz pasó al Real Madrid?

—Ya había ido a probar dos años antes a Madrid. Fui por medio del presidente de una peña madridista de un pueblo de Badajoz que tenía contacto con el club. Estuve una semana probando y no me cogieron. Me llevó en coche a Madrid un jugador del Atlético de Madrid, un tal Eusebio, uno moreno alto que era de Badajoz.

—Entonces se viajaba solo, sin padres ni representantes.

—Claro. La primera vez yo tenía 18 años. Luego me vio Antonio Ruiz, un entrenador de la casa, en un torneo con el Badajoz. Él fue quien dio buenos informes y por eso me ficharon, aunque yo ya había estado probando antes. Entré directamente al Castilla. Cuando fui a firmar viajé solo en autobús y me recogió el hijo de un amigo mío. Él tenía 14 años, y yo, 19 para 20. Hice una noche y al día siguiente me fui directo a la Ciudad Deportiva.

—¿Dónde vivía?

—En una pensión cerca de la plaza de Castilla, en uno de los chalets que había en la avenida del Recuerdo que el dueño le había alquilado al Madrid. Allí había jugadores de todas las categorías.

—¿Le costó debutar en el primer equipo?

—No, tardé poco. Debuté en el primer partido de la segunda vuelta. Hubo alguna sanción y lesiones y como yo jugaba en los dos laterales, me llamaron. Me desenvolvía bastante bien con las dos piernas. Era diestro, aun que le pegaba bien con la izquierda. Había firmado por tres años, aunque el último lo jugué cedido en el Murcia. En el primer equipo del Madrid estuve realmente un año y medio.

—Era el Madrid de Pirri, Zoco, Amancio, Netzer… ¿Impresionaba jugar con ellos?

—Simplemente entrar en el vestuario ya impresionaba. ¡A esa gente la conocía de los cromos! Aunque había algunos como Del Bosque que yo pensaba que era mayor y resulta que solo me llevaba dos años.

—¿Cómo era el vestuario?

—Lo manejaban los veteranos. Eran los jefes y lo controlaban todo. También te daban más consejos que ahora, o quizá tú ponías más interés cuando te hablaban. Se trataba de abrir poco la boca, de escuchar sobre todo.

—¿Sabe que solo le expulsaron una vez en La Romareda y no fue con la camiseta del Zaragoza?

—Sí, claro. En el célebre partido de Ocampos y Amancio (el delantero zaragocista noqueó al madridista de camino a vestuarios tras haber sido expulsado por una trifulca con Pirri). A mí me expulsaron en la segunda parte por darle una patada a Soto, un extremo izquierdo que tenía el Zaragoza. Me tuvo loco todo el partido.

—Después de dejar el Madrid jugó en el Alavés, donde creció mucho. ¿Cómo fueron sus años en Vitoria?

—Estuve cinco temporada seguidas y muy bien. ¡Allí era el jefe! (risas). Yo creo que todavía me conocen allí. Tuve mucha suerte porque jugué todo y bien. Crecí mucho. Cada final de temporada me iban a traspasar a un equipo de Primera, pero nunca se dio hasta que llegó el Zaragoza.

—Allí ya coincidió con algunos que sería sus compañeros en Zaragoza, como Valdano, Señor, Badiola…

—Había muy buenos futbolistas en el Alavés, le llamaban el Barcelona de Segunda. Había dinero y se hacían proyectos para subir, pero no lo conseguíamos.

—¿Por qué existía esa relación entre el Alavés y el Zaragoza?

—No lo sé, pero vinimos cuatro jugadores en dos años. Primero lo hicieron Badiola y Valdano, luego Señor y yo.

—Todos triunfaron menos Badiola, que quedó marcado por el incendio del hotel Corona y al que casi no se pudo ver en el Zaragoza.

—Era buen jugador. Nada parecido a Valdano. Fuerte, rápido, le pegaba con las dos... Bueno.

—¿Qué supone Juan Señor en su carrera?

—Cuando llegamos a Zaragoza ya teníamos una verdadera amistad. Era como un hermano pequeño para mí. Y creo que el mejor jugador que ha pasado por el Zaragoza. A Lapetra lo vi alguna vez, pero no en directo. Y con Arrúa solo jugué en contra. Pero no es lo mismo. A Juan lo tuve muchos años al lado y sé lo bueno que era.

—Y Güerri, Barbas, Amarilla...

—Era un equipazo. Teníamos que haber ganado algo, pero...

—¿Pero...?

—Siempre pasaba algo. Y hacíamos idioteces. Íbamos a campos más accesibles y jugábamos relajados. Así que perdíamos en Valladolid, en Santander o en cualquier sitio de esos y lo fastidiábamos. El equipo era impresionante, no hay más que ver los goles que metíamos (59 en 34 jornadas en la 82-83). Amarilla y Valdano marcarían 20 goles cada uno.

—Valdano ha sido todo un personaje en el fútbol español. ¿Cómo era entonces?

—No era igual. Aquí estuvo retenido una temporada antes de irse al Madrid y en esos años aprendió mucho, pero no tenía nada que ver. Cuando llegó a Vitoria era un crío.

—No hubo títulos, pero sí pudo disfrutar de un fútbol moderno, diferente, inolvidable para cualquiera que viese a aquel Zaragoza de Beenhakker. ¿Cómo era?

—Era un buen tío y un entrenador muy moderno. No sé si aprendió de Boskov, que pasó por el fútbol holandés. Los entrenamientos eran muy diferentes, hacíamos muchas cosas con balón. Correr solo corríamos en pretemporada. Vino con un método nuevo y el ataque le gustaba con locura.

—Jugó de lateral y luego en el centro de la defensa.

—En aquella época era libre, jugando por detrás del central.

—¿Recuerda el gol que marcó en La Romareda?

—Se lo marqué al Celta, donde estaba de portero Maté, que era amigo mío. Un disparo con la izquierda desde 30 metros que entró por la escuadra.

—¿De pequeño también jugaba en defensa?

—No. Jugué en muchas posiciones, casi siempre en una categoría superior a la que me correspondía. Jugué en el centro del campo. Al entrenador de la selección extremeña juvenil le estuve dando la paliza para que me pusiera de delantero. Al final me puso una vez en Ceuta. No marqué, pero ganamos 0-1 y los volví locos a todos. Era un puesto que me encantaba, aunque con los años me sentí muy cómodo de líbero, sobre todo porque me gustaba hablar y mandar en el campo.

—¿Cómo era el Zaragoza cuando llegó en 1981?

—El club era bastante grande. A nivel nacional era muy considerado y se le tenía por un gran equipo. Cuando te llamaba el Zaragoza, sabías que ibas a uno de los mejores sitios de España. Mire que yo había estado en el Madrid, pero a mí cuando me llamaron no lo dudé ni un segundo. El Zaragoza tenía tal prestigio y entidad que todo el mundo estaba loco por venir aquí.

—Todavía jugó cinco años más después de dejar el Zaragoza. ¿Se resistía a dejarlo?

—Sí. Fui un año al Elche, otro al Alavés y los tres últimos al Alzira. En el 89 lo dejé porque ya me dolía todo (risas). Aguanté hasta los 36 años, aunque en los últimos años jugué en Segunda B. En esas categorías se puede jugar, claro.

—¿Qué hizo al dejar el fútbol?

—Volver a Zaragoza. Me puse a trabajar enseguida, no me volví loco. Estuve seis meses en el paro y me puse a trabajar en Previasa, una compañía de seguros. Estuve seis años de inspector antes de ir al Zaragoza.

—¿Cómo se produjo el regreso?

—Me llamó Javier Paricio. Sabían dónde estaba trabajando, pidieron informes a gente que me conocía y un día me dijo que me acercara al club. Me lo pensé al principio, solo se me ocurrió decirle que lo tenía que consultar con mi mujer. Pero sabía que era algo que estaba ligado al fútbol, que me iba a gustar y enseguida llegamos a un acuerdo.

—¿La figura del delegado es muy especial?

—Es una figura para escribir varios libros. Estamos en el triángulo de las Bermudas que le llamo yo, entre jugadores, directivos y entrenador. Hay que tener mucho cuidado con todo, con lo que escuchas y con lo que hablas.

—Tenía más trato con los entrenadores, no obstante.

—Sí. Con los jugadores es difícil tener una relación porque ellos van más a lo suyo. Me llevaba bien con casi todos, otra cosa es que alguno no se llevara bien conmigo. Con Chechu teníamos amistad porque salíamos a cenar los lunes con las mujeres y se creó un vínculo. Pero con casi todos muy bien. Con Popovic, con Paco Herrera, incluso con Paco Flores, que era muy especial.

—¿Qué situaciones especiales se viven como delegado?

—Eres el que tratas con los árbitros y a la vez el que le tienes que decir al entrenador que esté tranquilo, o al menos parecer que se lo dices. A veces tienes que defender a los árbitros en contra de los tuyos. Hay que tener en cuenta que los delegados son los únicos amigos que tienen los árbitros en un campo de fútbol. En general, son buena gente.

—¿Cómo vivió desde dentro la convulsa época de Agapito?

—Estás dentro y lo estás viendo todo, pero tampoco puedes decir que lo están haciendo mal. Es cierto que se veían cosas muy raras, fichajes que era imposible que el Zaragoza hiciese y mucha gente alrededor del presidente, mucha, que no pintaba nada, que solo venía a llevárselas y a estropear el club. Se puede hacer un fichaje bueno para llamar la atención de la gente, pero no se puede gastar el dinero así. Al final, es un problema que repercute en la sociedad. Cuando una persona se rodea de gente, se supone que es gente lista, que entiende de fútbol y de finanzas... ¡Qué vas a decir!, tú te tienes que callar.

—¿Qué ve en el Zaragoza?

—He estado muy preocupado. En verano dije que esta temporada había que rezar por los 50 puntos. No entiendo más que nadie, pero sé que necesitamos un equipo compacto, duro. Los cambios constantes no ayudan, pero ahora es otra época, se cambian mucho las plantillas y son los jugadores los que tienen que dar la cara. Alberto (Zapater) es el que les tiene que dirigir con mano dura y decirles lo que es el Zaragoza. Decírselo en el campo, no en otro sitio. Hay jugadores que no están dando todo lo que pueden. No es cuestión de criticar, pero tienen que ponerse más compactos, ser más duros, tener más carácter, y aguantar los resultados a costa de lo que sea.

—¿Ha aconsejado a Belsué?

—Cuando entró, yo ya no estaba en el club, pero me pidieron que hablara con él. Sin problema, claro. Le expliqué lo del triángulo, le contesté las dudas que tenía. Todo fácil. Si no me llama es que le va bien (risas).

—¿Algún día volverá el Zaragoza a Primera?

—La Romareda ha cambiado, la gente se ha cansado de tanto protestar. Ahora aplaudimos por todo, por un córner, por tres toques en el centro del campo… Tenemos el hándicap del problema económico, pero hay que hacer un equipo para subir. Si no, es casi imposible lograrlo.

—¿El Huesca lo va a lograr?

—El Huesca es diferente. No digo ni mejor ni peor, digo diferente. A los jugadores del Huesca se les ve hechos, gente que sabe lo que quiere. Si quieren ganar 1-0, ganan 1-0 y punto. Es un equipo compacto, serio, fuerte. Que vayan bien no es casualidad.

—¿Cómo fue la salida del club?

—La salida más o menos me la imaginaba cuando entró la Fundación. Ya había habido movimientos con García Pitarch, pero siempre piensas que no se puede tratar igual a uno que lleva 20 años que a otro, aunque ese tipo de cosas los que entraban no podían saberlas. Al final llegué a un acuerdo porque lo último que yo quería era acabar mal con el club. Digo el club, yo hablo del club. Yo llegué con Sisqués, luego estuve con Solans, con Agapito, ahora están otros... Yo no quería terminar mal con el Real Zaragoza y creo que lo conseguí.