El Comité de Competición se habrá quedado tan ancho. Después de visualizar los vídeos y atender el recurso del Real Zaragoza, admite que Borja Iglesias no mereció la segunda amarilla por la inexistente falta a Dimitresvki, que fingió una muerte súbita para provocar la expulsión del delantero. La recompensa, aunque alivie al tratarse de un futbolista referencial, no es suficiente ya que las consecuencias de esa teatralización del guardameta para engañar al colegiado y la desmesura del propio Figueroa Vázquez para aplicar el reglamento han causado un grave perjuicio al club aragonés y a este deporte en su versión ejemplarizante. El equipo de Natxo González ganaba por 1-0 cuando el goleador tuvo que abandonar el campo por fuerza mayor, es decir que la segunda parte se disputó sobre un escenario condicionado por esa acción y que derivó en el empate del Nástic. A estas alturas es complicado valorar la consecuencia de la pérdida de ese par de puntos, pero podría resultar fundamental en el futuro.

Mientras tanto, un farsante y un colegiado funesto siguen sueltos, amparados por la sempiterna permisividad de un estamento decrépito y antediluviano, con bastantes leyes obsoletas y otras que despliegan un amplio y sospechoso abanico de interpretaciones. En la segunda competición del mejor campeonato del mundo, Dimitresvki y Figueroa Vázquez ni siquiera han sido puestos en entredicho después de aliarse para completar una representacion vergonzante, indigna por parte del portero. Se levanta la tarjeta a Iglesias y punto. En otros países, en otras culturas, la simulación se castiga con dos encuentros de sanción y un error arbitral de ese calibre no se archiva sin el más mínimo pudor. La Federación podría sumarse de inmediato a esta agresión a los principios, a una aplicación de la justicia que retrata la ausencia absoluta de rectitud y rigor de un estamento faraónico por su momificación.

En el perdón a Borja Iglesias, bien recibido, subyace un profundo tufo a menoscabo del que resulta difícil abstraerse. Parece que gana el Real Zaragoza, pero en realidad no deja de ser perdedor por muchas causas: una futbolista señalado como violento durante una horas, una victoria que no pudo ser y la posibilidad nada remota de que el mismo colegiado vuelva a cruzarse en su camino. El fútbol no sale menos herido de este bochornoso incidente resuelto por la gracia de unos personajes que permiten que la simulación de Dimitresvki, el actor del Nástic, quede impune. A la miopía puntual o no del árbitro se añade el estrabismo del Comité de Competición para entrar de oficio. Para estar a la altura de lo que supuestamente representa.