La rueda de prensa de Luis Milla rasgando un velo tan delicado como el del alma de un vestuario roto, ofreció una imagen de profunda carga depresiva. El técnico no tuvo reparos en describir cómo sus jugadores se desplomaron por el empate del Numancia, abatidos hasta tal punto que en la segunda parte salieron al campo desnudos de cualquier espíritu competitivo y perdieron con todas las de la ley. El Real Zaragoza no dispone de futbolistas con una temperamento arrebatador. Cuenta en su nómina de personalidad fuerte con el corazón de león de Zapater, la fiereza charrúa de Cabrera, la picardía callejera de Lanzarote y el estajanovismo laboral de Ángel. Poco más. Si acaso el fútbol de Cani, ya de por sí un sello de distinción al margen de enérgicas y constantes demostraciones mentales o físicas.

Su comportamiento en el actual curso así lo confirma, con hiriente incidencia en los desplazamientos. Tuvo un 1-3 en Lugo que dejó escapar, el 1-1 en Levante que resultó un espejismo, el 0-1 de Soria... Fuera de casa se adelanta para troncharse como una doncella tísica de desamor. No es nuevo que el conjunto aragonés, en su historia más reciente, sufra estos desmayos cuando su salud parece de hierro. La temporada anterior, precisamente en el mismo escenario, Soria, ganaba por 0-2 y el Numancia igualó el partido. Dos jornadas más adelante (con seis titulares que actuaron este domingo), se protagonizó un auténtico derrumbe en El Alcoraz: después de que marcará Dongou y Machis fuera expulsado en el minuto 45, el Real Zaragoza se presentó desnutrido de ambiciones y soluciones en el segundo acto hasta que Samu Sáiz igualó la contienda en inferioridad numérica de los oscenses. Lo de Llagostera es un lamentable capítulo aparte, pero sin duda estrechamente relacionado con las razones de esos bajones de tensión en momentos vitales.

Este problema de flojera tan amenazante e injustificable en el ámbito profesional tiene un punto en común en la política de fichajes y en los párametros económicos que se maneja el club: contrata o alquila a jugadores que, en la mayoría de los casos, no pueden aglutinar calidad técnica y competitiva en el mismo chásis. De esta forma, el bloque se resiente en cuanto no se logra un equilibrio perfecto. Por ejemplo, un detalle de Lanzarote indica el camino, pero si el motor se gripa, esos detalles quedan en meros ornamentos y se produce el irremediable accidente mortal. De igual forma ocurre en el caso de que la imaginación se ausente para quedar el encuentro en manos de los esforzados. El Real Zaragoza es una balanza sacudida por un maremoto.

Milla fue absolutamente transparente tras la derrota en Los Pajaritos y su génesis, el desmoronamiento en el descanso. Pero, ¿por qué descubre el entrenador ese episodio? ¿Que pretende abriendo de par en par la puerta de esas cuatro paredes heridas? Su sinceridad permanece bajo sospecha. Si persiguiera una reacción para próximos compromisos, desde luego no es la mejor forma el airear las vergüenzas emocionales del equipo. Además, si un entrenador dispone en un encuentro de un instante ideal para trabajar la reanimación colectiva, individual o táctica, es en ese espacio corto pero suficiente de reflexión. El Real Zaragoza no tiene mucho carácter ni yendo por delante en el marcador, pero ¿le sobra a Luis Milla capacidad de convencimiento? Quizá la deuda de personalidad no sólo sea de los futbolistas.