Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis y hasta siete ocasiones. Como las siete vidas de un gato. Chris Froome está harto de él, pero la Vuelta vibra con Alberto Contador, el que le grita «¡go, go, go!» a su compañero estadounidense Peter Sternina para que mueva el árbol de la ronda española, para intentar que alguno de los corredores que ocupan ese podio al que aspira caigan como fruta madura. El premio de Contador, el que atacó primero en el Collado de la Hoya, donde en el 2012 comenzó a tumbar a Purito camino de su triunfo en Fuente Dé, se tradujo en unos segundos de ventaja sobre Wilco Kilderman e Illnur Zakarin porque Nibali está en otra guerra.

También le chilló Froome, para demostrar que las flaquezas de Los Machucos fueron un espejismo, a Wout Poels, porque observó que Nibali no tenía el día en otra subida corta y asfixiante, Santo Toribio de Liébana, sobre Potes, bajo los Picos de Europa, corazón de Cantabria.

Y Froome volvió a demostrar que es el más grande de esta Vuelta, el que respira aliviado porque Contador se apeó de pelear por el jersey rojo, que no es lo mismo que para dar espectáculo, a la tercera etapa, en La Comella, en Andorra. «Los ciclistas que están a más de cinco minutos no me importa que ataquen, pero no, en cambio, los cinco primeros». Y Contador es el quinto, el más activo. Kelderman va a rueda, al más puro estilo de Rigo Urán en el Tour. Zakarin solamente hizo un amago de ataque, que sirvió de preámbulo para calentar a Contador, lo que, afortunadamente, tampoco cuesta tanto.

En Santo Toribio triunfó el belga Sander Armée, el más fuerte en la fuga consentida del día. Chris Froome y Contador presenciaron el ligero desfallecimiento de Nibali, en el día en el que un disgustado Fabio Aru atacó desde lejos, en plan Contador, en un acto de rebeldía contra su equipo, el Astana, porque siendo el líder ve que no recibe tanto cariño como Miguel Ángel López. Él se quiere ir y Supermán desea quedarse. Y ya se sabe lo que ocurre en un equipo cuando saben que su líder cambia de maillot.