Tampoco es cuestión ahora de contar que el Real Zaragoza ha encontrado a la reencarnación del Lobo Diarte, aquel delantero de poderosa zancada y formidable remate que asombró a la Zaragoza de los 70 junto al Nino Arrúa y sus Zaraguayos. Fue un partido, si acaso unos ratos, detalles. Pero se vio, o se intuyó, al atacante que se espera en Willian José, el ariete brasileño que había dejado unas sensaciones inquietantes en sus primeros momentos con el equipo aragonés. Apareció ayer en la segunda mitad, donde se dejó adivinar. Si cumple, si es capaz de condensar sus virtudes en 90 minutos, el Zaragoza podrá respirar en el acierto. Tendrá un excelente delantero para su travesía por Segunda.

Lo que dejó ayer el brasileño fueron percepciones. Alentadoras, sin duda. Y dio para algunas conclusiones aunque sean ligeras. Se entendió que había llegado en mal estado físico, y que, por consiguiente, ha sido capaz de mejorarlo en tres semanas. Se confirmó que tiene buen disparo, como muestran todos esos vídeos que enseñan lo mejor de cada cual aunque a veces nunca se llegue a ver en directo. Se vio a un jugador potente, incluso exuberante cuando halla los pasillos de conexión. Se descubrió a un futbolista capaz de sacrificarse por el equipo, función esta que, como es sabido, no ha sido común entre los de su estirpe. Va arriba, además, si hace falta aunque haya codos, y no afloja en la disputa.

Acumuladas todos estas versiones en su favor, y analizado por un solo partido, da para pensar que ahí dentro hay jugo, y que si lo exprime estará cerca de ser ese delantero pretencioso que se presentó en La Romareda anunciando 15 goles. Más allá, ayer demostró ser capaz de armonizar un sensato ataque junto a Borja Bastón. No son tan parecidos como se pudo creer. De hecho, mezclaron bien por momentos, dejándose caer el español a las bandas y el sudamericano a los espacios muertos de la medular.

Las ocasiones

No marcó, y eso resta para un delantero, pero estuvo en algunas buenas acciones. Una primera en una falta que llevaba pinta de gol pero se estrelló contra la barrera. Y otras tres en la segunda parte: un cabezazo cerca de la cepa que sacó Manu con una buena mano; una medio contra que terminó con recorte y un disparo combado cerca de la escuadra; y una última de remate de zurda que le volvió a sacar el guardameta cerca del otro palo.

Le falta el ensamblaje, la lógica adaptación. Pero no parece que Víctor se vaya a echar atrás en esta apuesta por esos dos delanteros. Ya lo hizo en el Zaragoza con Villa y Dani, o con Ewerthon y Milito. Era entonces la vida bien otra, claro, pero si se piensa en aquellas bandas, para mezclar a gustos, con Savio y Galletti, con Cani y Óscar, y en el estilo de aquel Zaragoza de mitad de la primera década del XXI, se comprende fácil en qué dirección va Víctor Muñoz. En ese 4-4-2 que gira a ratos a 4-2-4 está el camino del éxito si se halla el equilibrio. Está aún lejos. Sin embargo, a veces parece tan cerca...