-¿Qué recuerdos le trae esta pista de Manacor?

-Muchos. Aquí empecé a entrenar y fui el responsable de la escuela de tenis desde que volví de Barcelona. El tenis era mi gran afición y aquí pude ejercer como entrenador.

-¿Aquí comenzó a entrenar a su sobrino?

-Sí. Entonces la pista era de cemento. Aquí pasó de chutar el balón con su padre a pegar raquetazos conmigo. Desde que le vi por primera vez con una raqueta pensé que tenía algo especial. Me sorprendió. A los seis años venía cada día a entrenarse y veía que lo hacía bien, que tenía posibilidades y mi objetivo era que llegase a ser número uno del mundo.

-Una cosa es pensarlo, la otra conseguirlo, ¿no?

-En la vida creo que hay que valorar la realidad y la ilusión. Una se alimenta de la otra. Siempre estuve ilusionado en que mi sobrino fuese muy bueno y puestos a soñar, ¿por qué no sueñas en lo más alto? Siempre hay que tener la máxima ilusión y creer que uno puede ser bueno.

-Apostar por eso, a esa edad, parece arriesgado.

-No. La apuesta arriesgada fue dejar mi trabajo de entrenador en Manacor para dedicarme a mi sobrino. Lo decidí cuando tenía 10 años porque Rafael ya despuntaba y pensaba que era necesario que tuviera un seguimiento exclusivo para acompañarle en los torneos y entrenarle. El riesgo era mío y la ilusión de los dos era competir y ganar torneos.

-De su mano, Nadal se ha convertido en un gran campeón. ¿Como ha sido la evolución?

-Ha ido cambiando con el tiempo, eso es normal. No se puede estar igual durante 30 años. No actúas igual con un chico cuando tiene 10 años que cuando tiene 20 o 30...Cuando Rafael era pequeño yo debía tomar las decisiones de lo que se tenía que hacer, si iba a un torneo o a otro, si entrenábamos dos o tres horas, pero a medida que ha crecido hemos compartido más las cosas, también las decisiones, y hay más gente que interviene.

-Dicen que usted siempre tiene la razón...

-Yo soy de Manacor y la gente puede pensar: «¿Este hasta dónde está preparado?» Cada uno tiene su criterio. Pero toda mi vida he creído en mí mismo y, aunque no presumo, sí que siento que soy una persona bastante capaz. Entiendo que cada vez participe más gente en el proceso y mi aportación sea menor. Nunca he tenido la pretensión de decidir lo que no me toca decidir. Yo doy mi opinión, pero si no me escuchan es su problema.

-¿Qué es lo más importante que le ha aportado a Rafael?

-En su época de formación le di un buen criterio tenístico, lo primero. Después analicé sus características físicas, coordinativas, mentales para aplicar aun sistema de juego que se le adaptara.

-Defínase como entrenador.

-Soy un entrenador atípico, no me gusta tener una sobreprotección del jugador, pero tampoco que le acompañen 70 personas. No me gusta hacer de un juego algo científico. No me gusta doblar el trabajo, nunca me ha gustado, pero además creo que cuando alguien interviene en un tema que no conoce, igual se equivoca.

-¿Qué valora más?

-Doy el máximo valor a la formación de la persona, a la educación que tiene. Eso es fundamental. Luego en la pista el jugador no siempre hace todo lo que quieres. Por ejemplo, a mí no me gusta demasiado que Rafael pegue el golpe por arriba, me gusta más como lo hace Roger Federer. De pequeño era una exageración lo que intentaba que cambiara sus golpes, pero luego me decía: «Si algo no está roto no lo arregles».

-¿Qué es lo que considera fundamental para un tenista?

-Tener una buena técnica, y eso es lo que digo aquí en la academia: primero la técnica, después ya mejoraremos la cabeza o el físico. De hecho, cuando Rafael jugó mal fue porque le fallaban los golpes. Pero tampoco hago demasiada teoría. Mi criterio es la lógica. El tenis no es tan complicado. Hay que adaptar el juego a las características del jugador. No entrenaría igual, por ejemplo, a Federer o a Djokovic.

-Alguna vez habrá tenido disparidad de criterios con Rafael.

-Claro. Durante años tuve una discusión tenística con él para pedirle que le pegara a la bola más adelante, pero él me decía que la sentía mejor detrás y yo le mostraba vídeos de Federer, de Djokovic, de Verdasco, que pegaban a la bola como le pedía yo. Rafael me decía que [Steffi] Graf lo hacía como él. ¿Y quién tenía razón? Pues Rafael, porque jugando así ganaba. Pero mi criterio no era equivocado tampoco y le insistía que en un futuro debía evolucionar y pegarle más adelante porque era mejor y más fácil. Otra cosa es si te sientes así más a gusto jugando al tenis al máximo nivel.

-¿Evolucionar técnicamente le permitió seguir al máximo nivel?

-La manera de entender el tenis y el deporte de manera pasional y competitiva le ha ayudado a ganar muchos títulos, pero yo siempre le decía que el tenis estaba cambiando, la bola ahora va mucho más rápida y el tenis es ahora una cuestión de potencia de golpes, ya no es una cuestión de estrategia. Rafael también debía mejorar la colocación. Él tiene una coordinación extraña y a veces la gente piensa que Rafael no tiene talento, pero tiene mucho porque pegando mal consigue hacer grandes golpes.

-Las lesiones, el gran problema.

-Jugar con esos problemas tiene un gran mérito. Tuvimos que cambiar entrenamientos, sistemas de preparación, reducir el tiempo. Pero al final se ha ido saliendo. Rafael me decía muchas veces que estaba cansado de tener dolor y yo le decía que la mayoría de jugadores se cambiarían por él con los ojos cerrados. La adversidad es parte de la vida. Durante muchos años con Francis Roig nos decíamos que si hiciera lo que tocaba, no querríamos pensar lo que habría ganado. Pero Rafael entendía el juego de otra manera.

-La pasión es un motor muy importante en la carrera de su sobrino ¿También para usted?

-No entiendo hacer una cosa sin pasión. Es fundamental pasártelo bien en tu trabajo. Jugar sin pasión tiene poca gracia. No solo para Rafael o cualquier profesional, eso es válido para cualquier niño que se entrene. Si se juega sin pasión, el camino que tendrás es muy corto y además no disfrutarás nunca lo que haces.

-Pues hubo un momento en que parecía que perdía esa pasión.

-Sí, fue a partir de la final de Australia que pierde contra Wawrinka. Estaba a punto de conseguir su 14º Grand Slam, se sentía capaz de conseguirlo y se lesionó. Es la primera vez que se ve impotente y no puede jugar una final. Después se acumulan los problemas físicos y eso afectó a su mentalidad. Sentía ansiedad cuando jugaba. Si su carrera se hubiera acabado en ese momento, le insistía que habría sido mucho mejor de lo que habríamos imaginado. Pensábamos que su carrera terminaría a los 25 o 26 años por esa lesión en el pie.