"Soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa", dijo Winston Churchill. En el Real Zaragoza se han tomado al pie de la letra una frase que acuña desde hace tiempo como moneda al aire veraniego. Superado el crudo invierno, se abren las ventanas de par en par y que la corriente se lleve aquel episodio de Palamós o la última temporada, dos momentos que dejaron helados incluso a los historiadores lapones de este deporte. Un sector de la afición se ha unido con mayor o menor énfasis a esa energía positiva, por otra parte connatural al fenómeno del fútbol cuando calienta el sol aquí en la playa o en el chiringuito. Apenas existe oposición al presentimiento de que el próximo curso va a ser mejor y más entretenido. Llegan excelentes pronósticos de la directiva, en cuya bola de cristal se adivina un ascenso sin bajarse del autobús y felices tiempos económicos; el entrenador está encantado de la vida y la legión de nuevos y jóvenes jugadores ven en sus aventuras un reto magnífico para proyectarse. La nueva operación bikini está saliendo redonda: reducción de la trascendencia de los graves errores cometidos y un gran voluntad política para promocionar la refinada silueta de la ilusión. Luego habrá que mantener el tipo en un campeonato de gruesas exigencias.

Los cinco años consecutivos en Segunda División tienen dos caras. Por una de ellas gobiernan la incredulidad, el fatalismo, el agotamiento y la duda razonable de por qué se producirá un drástico cambio atmosférico si los meteorologos son los mismos que fueron incapaces de predecir huracanes y sus devastadores efectos. En la otra, más brillante, reposa la esperanza de que el Lalo team sea protagonista de un renacimiento imposible desde los despachos y los pasillos, de que esa muchachada anónima reunida con un pulcro trabajo de filtros y no pocas limitaciones negociadoras despierte emociones. El proceso de regeneración va resultar costoso y es muy probable que no sea cuestión de un solo año, lo que no está reñido con un curso atractivo en muchos sentidos si se enmarca dentro del raciocinio. Se quiere construir una aeronave para el retorno, pero primero habrá que ensamblar un conjunto de prometedoras piezas procedentes de diferentes fabricantes, además de conseguir al menos un portero y otro delantero con horas de vuelo. Natxo González está frente a un complicado puzzle que implica la soldadura de las individualidades a un plan de viaje colectivo, de irrenunciable compromiso societario.

Claro que se puede, y se debe, ser optimista. No merece la pena ser otra cosa. Sin embargo, ahora que gustan Buff, Borja Iglesias o Papunashvili contra el Boltaña y el Deportivo Aragón, es el instante perfecto para contener la respiración y esperar a que la fruta madure en su correspondiente estación, no antes. Despacito. Cuando se le pregunta a Lalo Arantegui sobre el halagüeño futuro trazado en la intuición, siempre contesta: "Será bueno o malo el 3 de junio, en la última jornada". Las operaciones bikini no son aconsejables para un Real Zaragoza que necesita lo contrario: ganar peso deportivo asumiendo la realidad sin perder la alegría de un juego que esta vez parece que corresponderá los jugadores, ligeros del equipaje de la fama pero cargados de motivaciones personales en un club muy grande.