Natxo Insa pasó por el Real Zaragoza entre un banco de niebla. Sin equipo ni ritmo, vino en el mercado de enero de la temporada pasada para reforzar la plantilla y se fue sin dejar huella. Ayer, ya en el Alcorcón, el mismo futbolista firmó un partido soberano, de todocampista con criterio y furioso liderazgo junto a Campaña y Fausto. Entre los tres sometieron al conjunto de Ranko Popovic donde había que hacerlo, sobre todo después de que el serbio eligiera a Aria como relevo titular del lesionado Diamanka y de que mantuviera a Dorca en el once pese a su trote cochinero. Al japonés, a quien aún se defiende en el club por su puesta calidad y disciplina táctica, no hay por dónde cogerlo. Ni él mismo lo adivina mientras empieza a dar muestras de holgazanería. Así, durante la primera mitad los madrileños jugaron con 12 y el Real Zaragoza con nueve y medio, lo que descompensó otra vez aquel eficaz sistema de contención que tapaba las todavía vigentes carencias con el balón. El nuevo fracaso se gestó en la voraz presión local sobre un rival destripado con absoluta impunidad por su técnico.

El gol de Óscar Plano explicó el partido y la derrota de este Real Zaragoza cobarde, vulgar y reducido por los miedos y la falta de recursos que ha inoculado el entrenador al grupo. Leandro Cabrera, ejemplo de seguridad y respuestas feroces en el cuerpo al cuerpo, le pegó al aire a una pelota despejada en largo por Djené, y en la lucha física también perdió la batalla. Luego el delantero definió como no sabe hacerlo ninguno de los puntas zaragocistas. ¿Cómo pudo cometer semejante doble error el uruguayo? Muy sencillo, porque se maniobra con la única idea de destruir, y en ese contexto erróneo de la constante demolición no hay espacio para bajar el balón al césped ni para entablar un pulso creativo. De inmediato, cualquier adversario percibe la pobreza y la palidez del Real Zaragoza con el esférico en los pies y se lanza a la yugular con más ideas, más ambición y mucho más sentido. Reforzado en su fe.

El fallo de Cabrera quedó plasmado como una terrible y desafortunada acción individual, pero lo más preocupante es la irresponsabilidad colectiva que se ha instalado en un grupo mal dirigido desde el banquillo y con profesionales a medio gas. La ausencia de Diamanka, aun siendo muy importante, no se puede utilizar como coartada en el rendimiento global, en el planteamiento, en la búsqueda de una reacción. Sin gol, la defensa hermética tenía su razón de ser con las líneas muy adelantadas. Sin gol ni firmeza atrás ni un solo jugador capaz fabricar un pase en el imperio del patadón a seguir (compararlo con el rugby sería un insulto para ese deporte), el Real Zaragoza es pura gelatina, un manojo de nervios a merced de un enemigo que con energía y algo de fútbol puede rematarlo al amanecer.

Ocurrió ayer con el Alcorcón, pilotado por Il bello Natxo Insa, imparable motor de un equipo que ridiculizó a otro que ha dejado de serlo, que terminó con Dorca de central, Sergio Gil casi a su lado, Pedro de lateral, Cabrera y Vallejo de arietes en los arreones finales, e Hinestroza, Ortuño y Ángel sin haber salido del vestuario en toda la tarde. El típico desbarajuste de equipo de barrio. Eso sí, Aria llegará a ser la estrella aunque para ello el Real Zaragoza tenga que acabar más cerca de los puestos de descenso que de ascenso. La imprudencia no solo afecta al plantel sino en igual medida a una directiva que colabora permitiendo la desfachatez ¿deportiva? de Alcorcón. Menuda carnicería de estrategias y actitudes.