Por el momento el 2017 está siendo catastrófico. El fútbol son resultados y los del Real Zaragoza han sido calamitosos especialmente a la vuelta de las vacaciones de Navidad, punto de inflexión en el que se inició una cuesta abajo a la que todavía no se ha puesto fin. Al equipo se le adivina que puede ganar con más regularidad, que en ocasiones lo merece, pero al final, por hache o por be, no lo consigue. No lo logra cuando hace lo suficiente y tampoco cuando sus méritos han sido cortos. En esa espiral perversa es en la que está metido el Zaragoza a falta de quince jornadas para la conclusión del campeonato, con el playoff de ascenso como «una utopía», en palabras de Lalo Arantegui, el nuevo mandamás del área deportiva, y con la necesidad de no solo reunir merecimientos sino un buen resultado para escapar del peligro de no huir del peligro.

Principalmente, el Zaragoza tiene un problema. Ahora mismo es un equipo perdedor en una dinámica negativa. Las consecuencias son universales: inseguridad, desconfianza, incertidumbre. En este año natural le está costando hacer goles y, sobre todas las cosas, continúa encajando a un ritmo incompatible con cualquier posibilidad de éxito: cuatro meses recibiendo al menos un tanto, trece jornadas seguidas.

Con su implacable pragmatismo, Raúl Agné lo explicó el viernes. La confianza no se compra, se conquista ganando. Ese es el objetivo: volver a vencer e iniciar una nueva dinámica. Todo lo que no sea eso, milongas.