Al principio de la temporada entraba, salía y hasta en cierta ocasión, un escenario que ahora mismo parece completamente inverosímil, llegó a quedarse fuera de la convocatoria. Algo había en él que a Natxo González le chirriaba y que el técnico expresaba en los partidos a simple vista y a grito limpio. Todo cambió tras la debacle de Almería. Después de uno de los dos días verdaderamente negros de la temporada a juicio de quienes hacen y deshacen en la SAD, el entrenador reorganizó el equipo en torno a Íñigo: Eguaras y diez más. Lo que sucedió aquellos días, con debates técnicos, tácticos y de situación de alcance y mucha profundidad, lo saben los protagonistas. Ahí empezó a cambiar el Real Zaragoza.

Fue la primera piedra en la convicción firme de que el modelo debía girar alrededor de un hombre, de un viaje que aún tuvo varias ideas fallidas y que, finalmente, ha dado en la diana como corroboran los resultados, vara de medir del deporte profesional, y la resurrección brillante en la segunda vuelta.

Todo empezó esos días en los que tras semanas de dudas, Natxo se echó en brazos de Eguaras. La respuesta del mediocentro está a la vista. Ayer, como en el Tartiere, ofreció una master class de creatividad en el nacimiento de la acción ofensiva, de cómo abrir espacios y de continuidad del juego, siempre con la cabeza alta, mirada al paisaje, nunca al balón. Incluso con alguna pérdida peligrosa, su único talón de aquiles, a su alrededor está creciendo este Zaragoza a toda velocidad: gana en confianza, propulsor imprescindible en cualquier orden, mejora en orden táctico, madurez y eficacia arriba. Y, cuando algo ha fallado, Cristian Álvarez ha hecho el resto.