Hay gestos como el que Derek Fisher repitió ayer en las televisiones de medio mundo que trascienden de la gesta deportiva. Levantó los brazos al cielo después de anotar un triple decisivo a falta de poco más de un minuto que acabó de impulsar a su equipo, Utah Jazz, la victoria en la prórroga sobre Golden State (127-117) en los playoffs de la NBA. Pero detrás del gesto de Fisher hay más historia. Mucha más historia. Toda la emoción contenida por el veterano base que horas antes de acudir al encuentro, asistió a la exitosa operación de su hija de 10 meses en Nueva York, y después, liberado por lo que calificó como "excelentes noticias" aún tuvo tiempo de tomar un avión y recorrer los 4.000 kilómetros de distancia a Salt Lake para cumplir con su trabajo.

Fisher llegó a la cancha de los Utah Jazz ya iniciado el tercer cuarto, y después de cambiarse, entró directamente en la cancha. Una atronadora ovación de 20.000 personas puestas en pie lo recibió. "Es difícil explicar por lo que he pasado. Realmente no sé como lo he conseguido, supongo que es una cuestión de fe", dijo emocionado Fisher.

El veterano jugador de 33 años fue abrazado cariñosamente después del partido por sus excompañeros de Golden State, donde estuvo dos temporadas, uno de los tres equipos que han marcado su carrera junto a los Lakers. "Su presencia en este partido resulta increíble, ha mostrado una enorme entereza", le reconoció Carlos Boozer, una de las estrellas de los Utah Jazz, que acabó con 30 puntos y 13 rebotes. El turco Okur logró 23 puntos y 18 rebotes y el ruso Kirilenko anotó 20.

"Tuve que pedir permiso a mi mujer para venir porque mi lealtad en este caso, lógicamente, estaba con mi familia. Pero también tenía una responsabilidad con mis compañeros que en todo momento han estado conmigo", aseguró Fisher, a quien no le tembló la mano en el momento de la verdad, a pesar de que no había realizado ni un solo entrenamiento desde el pasado domingo.