Fue en el tiempo de prolongación, en el descuento de toda la vida, cuando La Romareda sonó en alto en contra de Popovic. Que se vaya, le dicen. Disimuló luego el técnico en sus palabras, hablando de avenencia por aquello del bien general. En el club quedó un poso lógico de preocupación por la particular escisión de la grada, con ese aire de agitación latente que hay incluso en momentos calmos. Por decirlo así, hubo un rato que unos protestaban y otros protestaban contra los que protestaban, hasta que al final protestaron casi todos en contra del mismo. Consecuencias de un debate lanzado la semana pasada, en el que algunos aficionados se mostraron bien dispuestos a sacrificar los tres puntos si eso comportaba la salida del entrenador. A otros, bien se sabe, pensar en una derrota de su equipo como argumento cualquiera, les suena a apostasía. Palabras mayores para corazones puros.

No parece de fácil solución este asunto de la disidencia y la unidad, aunque cuando la gente se manifiesta sin dudar en una única dirección, se facilita la toma de decisiones. Remar contracorriente no es común entre los prebostes del fútbol, poco dispuestos a sobrellevar situaciones de corte impopular. Así que, pese a que cada vez lo parezca menos, la voz de la hinchada todavía mantiene su cuota de importancia entre merchandisings y shares.

De momento, el club, que tendría preparada a su manera la forma de contar las consecuencias de una derrota, dejó pasar la jornada como si fuera una más. No lo fue, seguro. Hubo disparidad en las tribunas, un contraste poco común pese a la diversidad que se halla en los estadios. Los aires resultadistas que se preconizan hoy en día, incluso ese espacio de fútbol que abrió el equipo en la primera mitad, deberían haber servido para suavizar la tarde de Popovic en el banquillo. No fue así, aunque los decibelios en su contra solo entraron en zona roja al principio y al final. En medio hubo de todo: cánticos, pitos, palmas, murmullos para un delantero, bronca para ese cambio final... Unos quisieron mantener el 'Ranko, vete ya' todo el partido y otros no lo aceptaron. No quieren más turbación, se entiende, si su equipo va ganando. Otra cosa es el antes y el después. Al cabo, formas diferentes de entender el zaragocismo.

Al entrenador le chiflaron bien pronto. Ni había empezado el partido. Cuando la megafonía anunció su nombre tras la alineación de su equipo, el estadio (ni media entrada) se empleó a fondo en el abucheo. Repitió cuando el asunto estaba liquidado, tras ver el cartelón del descuento. Ahí apareció la concordancia en la protesta al entrenador, esa expresiva solicitud para que se largue. La atmósfera, obviamente, no es la idónea y el problema se encuentra bien lejos de estar zanjado. No es runrún, es bronca dura. Durará largo tiempo si es que el entrenador aguanta el puesto con victorias, la fórmula que tiene para reconquistar al zaragocismo. Complicado lo tiene, más difícil de entender que este divorcio de domingo a la zaragozana.