El pasado 12 de septiembre el Zaragoza llegaba al Sánchez Pizjuán con tranquilidad e ilusión para disputar la segunda jornada de Liga. El triunfo ante el Tenerife le había dado protección anímica en su regreso a Primera División. Incluso Marcelino, entonces entrenador del equipo aragonés, veía a su equipo con posibilidades de ganar en el Sánchez Pizjuán y se atrevía a decir que su equipo pondría en "grandísimas dificultades al Sevilla". Se sentía fuerte ante un rival potente pero que, en teoría, no estaba ofreciendo el nivel que se le exigía y se le sigue exigiendo desde que Del Nido y Monchi concibieron un equipo grande y Juande Ramos lo plasmó en el campo con fútbol y, sobre todo, títulos. Una locura. Solo se había jugado una jornada de Liga y buena parte de la afición sevillista llegaba al partido dispuesta a pedir la cabeza del técnico a la primera de cambio. Las previas informativas hablaban de la primera ´final´ de la temporada. En la capital andaluza avisaban: "Como el Zaragoza se ponga por delante, se va a armar la marimorena". El equipo de Jiménez venció 4-1.

El señalado

El Sevilla acababa de vivir una semana revuelta tras la derrota en el estreno liguero en Mestalla (2-0), un resultado lógico desde cualquier punto de vista. Más que el equipo, el señalado era su entrenador, Manolo Jiménez, eterno cuestionado desde que tomó las riendas del primer equipo en el 2007. El técnico de Arahal no gustó desde el principio ni gusta ahora. Se le acusa de predicar un fútbol soso, defensivo, aburrido, que no conecta con la grada pese a que mantiene al Sevilla entre los mejores.

Jiménez es sevillista desde que nació. Nadie lo conoce mejor que la afición del Pizjuán, que lo vio crecer como jugador (354 partidos en Primera División en sus catorce temporadas en el club) y lo idolatró siempre. "Jiménez, Jiménez, qué cojones tienes", le cantaban en su etapa como futbolista. Igual lo recibieron como entrenador del primer equipo, después de que ocho campañas al frente del Sevilla At.

Pero el divorcio llegó pronto. A la hinchada, simplemente, no le gusta el fútbol que hace su equipo. Él se defiende con resultados, los que le mantienen cuarto en la Liga, en octavos de final de la Champions y a un paso de la final de la Copa del Rey tras derrotar el pasado miércoles al Getafe en la ida de las semifinales (2-0). Ese partido ofreció las dos caras de la verdad del Sevilla. Cuando el técnico decidió retirar a Negredo en la primera parte para dar entrada a Romaric, la grada le abroncó de forma violenta. Unos minutos después el Sevilla dominaba en el marcador y en el partido. Acabó ganando con solvencia y Jiménez, reforzado. "El esquema de juego se gestionará en función de lo que le convenga al equipo, no a la grada ni a la prensa ni a nadie", dijo ayer.