Es siempre alguien contra Marc Márquez. Es siempre un candidato contra el favorito. Es siempre un magnífico o alguien que quiere serlo, alguien que se le parece, contra el niño más atrevido de la historia. Es siempre alguien que quiere brillar, codearse con el campeón más agresivo que ha existido nunca. Es siempre un perseguidor contra el líder. Es uno de su generación, de la generación anterior o el más viejo del lugar contra el chico que rompió, en el 2013, el año de su aparición en MotoGP, todos los récords de precocidad.

Es, en fin, alguien que quiere coronarse, brillar, triunfar por encima del favorito contra Marc Márquez (Honda), el muchacho al que se le resiste el circuito de Austria, el único trazado en el que le falta ganar de todo el mundo. El año pasado quedó a 12 segundos del vencedor y ayer, en su segunda visita al Red Bull Ring, cruzó la meta pegadito al vencedor, el italiano Andrea Dovizioso (Ducati), el caballero que quiere ampliar su impecable historial con triunfos como este, manteniendo el histórico pulso, protagonizando un codo a codo brutal, estremecedor, con Márquez, que no tenía necesidad alguna de arriesgar pero que levantó a los 90.560 espectadores de las gradas.

Desde el primer día del Gran Premio de Austria se pronosticó que esta iba a ser una carrera entre Márquez y Dovizioso, entre la Honda recuperada por las manos del equipo que dirige Santi Hernández y la Ducati Desmosedici creada para los trazados veloces y rediseñada con una cúpula casi fruto de la NASA, entre la sagacidad y fiereza de Márquez y la habilidad, experiencia, audacia y maestría del veterano Dovi, que lleva 269 grandes premios ininterrumpidos en el Mundial.

Habían estado emparejados durante varios momentos de la carrera («separados por un palmo, a 300 kms/h.», como reconoció Márquez), se habían tocado varias veces («yo vi cómo salían chispas de sus carenados», contó Dani Pedrosa, que circulaba 100 metros detrás de ellos), llegaron a adelantarse hasta cinco veces a falta de seis vueltas y, al final, cómo no, decidieron protagonizar la vuelta del fin del mundo. «No pude adelantar a Dovi en las dos curvas de izquierda donde era superior y debí resignarme a intentarlo en la última curva», explicó Márquez. «Visto desde atrás, fue todo un show, un espectáculo», sentenció Pedrosa.

Y, sí, llegó esa curva de izquierda, previa a la meta. «Y Marc, cómo no, como el campeón que es, como el hombre que siempre da espectáculo, decidió meter sobre la pista, sobre el depósito de su Honda las manos, los brazos, el culo y hasta los huevos ¡ese es Marc! ¡así es Marc! ¡ese es el Marc que nos gusta!», contó el norteamericano Randy Mamola, tetrasubcampeón del mundo de 500cc. Pero ese Marc pletórico, valiente, se encontró a un hábil y matador Dovizioso, que le permitió el adelantamiento, consciente de que no podría enderezar su Honda, ni acelerar «tanto y tan pronto como yo».

Márquez se coló por dentro, por el lugar imposible, se tuvo que abrir, metió sus ruedas sobre el piano de la curva, derrapó como si corriese sobre hielo y, cuando abrió gas, Dovi ya estaba encarando la meta y diciéndole, con su mano izquierda (la derecha la tenía enroscada al gas), «¡Dios, la que has liado!» Ganó Dovi; triunfó Márquez; festejó el mundo.H