—¿Cuál es su primer recuerdo de Zaragoza?

—Ya en el primer día. Cuando voy para intentar llegar a un acuerdo, jugaba el Atlético en La Romareda, y yo llegué con mi señora y no sabía dónde estaba el hotel. Preguntamos y la persona fue tan amable que se montó con nosotros y nos llevó al sitio. Ese detalle ya me dejó claro que la gente de allí me iba a hacer estar muy a gusto. No me equivoqué. Mi mujer, aunque ahora ya estamos separados, igual que llegó a Zaragoza llorando, porque quería ir a otro sitio, se fue de allí llorando. La gente es impresionante.

—Estuvo tres años aquí, entre 1985 y 1988, tras salir del Real Madrid.

—Tres años magníficos. Si duermo con una camiseta del Zaragoza... No uso pijama, no me gusta llevarlo, tengo camisetas fetiches para dormir y la única de fútbol con la que duermo es del Zaragoza, es la del mexicano, de Pablo Barrera. Cuando vino a jugar el Zaragoza a Málaga estuvimos en una peña que se hizo cerca de la Rosaleda, fui al palco ese día y el club me regaló como recuerdo esa camiseta, amarilla y negra, la avispa. Le tengo mucho cariño. Yo me he criado en el Madrid y es el equipo que me marca, pero el Zaragoza me acogió tan bien y estuve tan feliz que es muy importante en mi vida deportiva.

—¿Por qué tomó la decisión de salir del Real Madrid?

—Porque éramos muchos delanteros allí. Butragueño, Valdano, Pardeza, Juanito, Santillana, firmaban para el año siguiente a Hugo Sánchez... Vi claro que muchas veces no iría ni concentrado. Tomé la decisión de irme y aposté por el Zaragoza.

—Y el Zaragoza por usted. Su traspaso fue importante.

—Pagó bastante, 20 millones de pesetas más una cantidad que me dio porque el Madrid no cumplió para dármela. Fernández Trigo, que era el gerente, era peligroso en el buen sentido de la palabra. El presidente del Madrid te decía una cosa y Trigo hacía otra.

—Era habitual que muchos jugadores del Madrid vinieran aquí.

—Vine con Pardeza y Fraile y ya estaba García Cortés. Era un destino ideal. No ya por cercanía, que también, sino porque era un equipo goloso. El Zaragoza acababa bien clasificado, llegaba a finales de Copa, estaba casi siempre en Europa. Y había buenos jugadores, Herrera, Señor, Güerri...

—Luis Costa era el entrenador. ¿Qué tal relación tuvo con él?

—Magnífica. Luis confiaba en mí y yo le intentaba corresponder partiéndome la cara en el césped. No era un 9 como Benzema, pero sí lo daba todo, no me dejaba nada dentro. Jugaba con Pardeza y Rubén Sosa, con los dos enanos que decía yo. ¿Y quién ayudaba atrás y corría? Pues yo. Curraba mucho. Era un rematador, pero no era torpe con los pies.

—Hizo goles, 20 en 99 partidos.

—Es que engañaba. Mi mejor virtud por así decirlo era que la gente tenía una impresión engañosa de mí, no me tomaba en serio, pero le pegaba al balón con los dos pies y le daba bien de cabeza. Creo que metí más goles con la izquierda que con la derecha.

—¿Por qué era el ‘Pistolas’?

—Por las manos, porque jugaba con ellas muy abiertas. Cedrún me lo puso y ya me quedé con él. Cuando nace mi hijo en la Clínica El Pilar le regalaron unas pistolas de juguete. Andoni es un cachondo, un tío estupendo.

—En esa primera temporada ganan la Copa y su gol es clave en la semifinal con el Madrid.

—Marqué y Valdano me miró con cara de pocos amigos. Ellos estaban para eliminarnos después de que les habíamos ganado en La Romareda. Si dura un poco más la reacción, no aguantamos, porque el Madrid cuando se pone así de lanzado te arrasa, pero ese gol les frenó. Cuando acabamos e íbamos al autocar, Trigo me dijo, a ver si sois capaces de ganarle ahora al Barcelona.

—Y les ganaron en la final...

—No jugamos muy bien, pero es que el Barcelona tenía muy buen equipo y nosotros llegábamos muy justos. Yo por ejemplo estaba hecho polvo del pubis. Me operé una semana después de la final y antes no entrenaba casi ningún día. Hacía ejercicios específicos, me cuidaba, tomaba una medicina que me inyectaban y a estar para el domingo, a aguantar todo lo que pudiera. Y mi rendimiento fue muy bueno. Luis me consentía entrenar tan poco ese año, en función de cómo estaba. Del pubis sufrí mucho.

—¿Cómo recuerda el gol de Rubén Sosa en aquella final?

—Fui un observador privilegiado. Urruti casi la para, pero yo estaba ahí para remacharla si el balón daba en el poste, aunque entró. Defendimos bien y trabajamos el resultado. La temporada fue magnífica, íbamos a jugar la UEFA pero al ganar la Copa jugamos la Recopa.

—¿Y la celebración?

—Me los llevé a todos los compañeros a Joy Eslava y estaba Fernando Esteso, que era muy amigo mío y nos conocíamos de la época del Madrid, venía él siempre con Pedro Trapote, que era el dueño de esa discoteca. Llegamos allí, había una cola enorme, pero me vieron y nos metieron. La cena anterior también estuvo muy bien, se pasó Miguel Ríos.

—Buenos recuerdos...

—Pero lo que de verdad me impactó fue el recibimiento en Zaragoza. Había ganado títulos con el Madrid, una Copa, la UEFA, había jugado una final de la Copa de Europa… Pero recuerdo la llegada a Zaragoza, al Pilar. La gente, al llegar, ya la veías en la calle. Me decía a mí mismo, ¡esto no puede ser! Ese título lo disfruté de forma especial. Y porque también participé más. En el Madrid estaba en el banquillo en la final de la Copa, jugaban los de siempre. Aquí me sentía importante. Te lo curras y le das más valor. Es el título que más siento como mío.

—En la 86-87 se va Pardeza, pero llegan jugadores como Pato Yáñez o Pepe Mejías. Fue un año muy irregular.

—Hay veces que los futbolistas cuando vienen de otros equipos ya no son tan buenos. No digo malos, pero Pato jugaba diferente, iba más a la jugada individual y rompía un poco el esquema. Cambiaron otros futbolistas, el bloque lo notó. Pepe tenía una calidad excepcional, moría por él, pero no se cuidaba lo que debía. Le faltaba centrarse en el fútbol.

—¿Qué fue lo mejor de esa segunda temporada?

—Que hicimos una Recopa fabulosa, eliminamos a la Roma y caímos con el Ajax de verdad, el de Cruyff. Él entrenaba con ellos y parecía uno más. Era un espectáculo. Y tenían jugadores impresionantes, como Van Basten, Gullit o Rijkaard, que vino al año siguiente al Zaragoza, media temporada. Por así decirlo, vino a entrenarse con nosotros, se puso en forma y llegó a la Eurocopa y lo nombraron el mejor jugador.

—¿Qué recuerda de aquella eliminatoria con el Ajax?

—Que tuvimos muy mala suerte en casa. Estábamos calentando y cayó una tromba tremenda, el campo se puso muy complicado y ellos eran muy fuertes, con el balón y también en lo físico. Salvamos el partido, pero en Holanda no pudimos. Recuerdo que ese día jugué infiltrado en el tobillo.

—Las lesiones le marcaron...

—Es que tengo trece operaciones. Los menicos varias veces, tres intervenciones de tobillo, pubis, hombro, costillas rotas… Yo cuando dejo el Zaragoza y me vengo al Málaga estaba más o menos bien, pero el tobillo me empezó a molestar mucho, ya que las rodillas me iban aguantando. Recuerdo que no me pude operar y Guillén me dijo que si me operaba no iba a poder jugar ni con mi hijo, porque me tenía que meter un taladro. Lo dejé con 30 años, llevaba una carrera larga porque empecé muy pronto. Si no es por las lesiones habría podido aguantar más, estaba perfectamente.

—Antes de irse al Málaga vive una temporada, la 87-88, muy dura. Luis Costa fue destituido y terminó el año Manolo Villanova.

—Una temporada difícil para el equipo y para mí. Me tuve que operar de menisco, en el verano me lesioné en el partido contra Checoslovaquia, fui a hacer un giro y yo solo me lo hice. No se me acabó de curar bien en toda la Liga, aunque terminé jugando y haciendo algunos goles.

—Fue el de 1988 un verano de revuelo, con bajas, hasta 14, jugadores apartados…

—Venía Antic de entrenador, pero antes vino ese señorito, Santamaría, que nos dijo que nos podíamos ir. Le metieron para eso, para hacer de malo. No dejaba ni hablar. Cuando llegué y habló conmigo yo no me callé, nunca me he callado, por eso no estoy trabajando en muchos sitios. Le dije, usted no se preocupe que ya tengo equipo, ya firmé con el Málaga. El problema es que Antic ni nos conocía. No me dieron ni la oportunidad, ni a mí, ni a otros. Me fui con la espina clavada porque quiero mucho al Zaragoza.

—Se va al Málaga con Costa.

—Es que yo me lo llevé al Málaga a entrenar. Mi compadre, Luis Criado, le llevaba los negocios a García Anaya, presidente del club. Me preguntaron si Luis querría venir al Málaga, que estaba haciendo un buen equipo. Y se lo comenté. Él firmó y a la media hora lo hice yo.

—Su hijo, Fran, pasó por la cantera del Zaragoza. ¿Por qué no llegó al primer equipo?

—Tuvo mala suerte con una lesión. Lo saqué del División de Honor del Málaga y vino al Universidad. En el primer partido marcó y se le veía una proyección. Se lesionó y no nos dimos cuenta, tenía unas molestias que no se curaban y a los dos meses hubo que operarlo de urgencia en Barcelona. Fran jugó en Moldavia, en el UCAM, en el Formentera, ahora ha estado en el Antequera y, últimamente, en el Zenit de Torremolinos, al lado de casa.

—¿Qué recuerdos le quedan de la afición del Zaragoza?

—Es maravillosa. A nosotros nos exigía, pero dábamos. Y lo hacíamos porque éramos un buen grupo, desde el utillero a todos los jugadores. Como echo de menos a Txomin, qué buena gente era (se emociona). Echo mucho de menos a mucha gente de allí. Montábamos comidas en el Saputo, con Mejías, Juan Carlos, Cedrún, Vitaller... Y hablábamos claro, nos escuchábamos, nos decíamos las cosas a la cara. Eso es vital. Éramos un grupo muy unido, nosotros nos reuníamos con Luis Costa y le decíamos lo que nos gustaba y lo que no. Siempre con el respeto, pero se hablaba claro.

—¿Cómo ve al Zaragoza ahora?

—Con pena, con mucha tristeza. Un equipo tan importante, con esos jugadores históricos, títulos, el buen fútbol.... Verlo en esa situación, me duele mucho. Hay que ir hacia arriba, hacer las cosas bien, con una infraestructura en condiciones. No basta con ser el Zaragoza para subir, La época de Agapito Iglesias le hizo mucho daño al club.

—¿Ve los partidos?

—Casi todos. Trato de verlo siempre. Veo al equipo falto de calidad, con mucha apariencia, más que nivel real. Con fallos muy claros que son para rasgarse las vestiduras. Yo he sido ojeador del Madrid, también he estado de coordinador en el Málaga y se deben buscar jugadores para Segunda. Hay que jugar sencillo y a amarrar, ser práctico. Ahora creo que el equipo ha mejorado con Láinez, hay que intentar ayudarle, salir de esta como sea. El técnico tiene que hacerlo sencillito, no complicarse la vida. Ir puliendo los defectos y comer el coco de los futbolistas para aumentar su nivel. Además, Láinez conoce bien al Zaragoza y a sus chavales.

—La cantera del Zaragoza siempre ha estado ahí

—En mi época estaban Vizcaíno, Villarroya, Alfaro... Este me marcaba en los entrenamientos y le decía, Pablo no me agarres más, que ya vale. Cómo era... Recuerdo la calidad de Vizcaíno, que debutó en el Manzanares y me peleé con Arteche por culpa de él. Eran jugadores importantes y el filial tiene que ser vital para el Zaragoza. Lo bonito que es sacar esa gente joven. Eso es lo que tiene que potenciar el club.

—¿Es verdad que usted es el descubridor de Isco?

—Estaba de director de la Escuela de Fútbol de Benalmádena. Entrenaba al hermano y vinieron sus padres con el niño de 5 años, no levantaba un palmo, pero cuando le vimos tocar la pelota nos echamos las manos a la cabeza. El primer torneo que gana es el Diputación, en Málaga, y lo hace con la ficha falsificada por mí. No era ni prebenjamín, no llegaba a la edad. Queda campeón jugando él solito en el medio, la pisaba, la cogía y se metía con la pelota en la portería. Es una alegría ver que confirmó todo lo que vimos. Es un jugador enorme.