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­—¿Cuánto tiempo llevaba sin pasar por Zaragoza?

­—Dos años. Después de mi paso por China, que fue una experiencia espectacular, fui a Burdeos, donde me he encontrado una ciudad maravillosa, un gran club y un estadio increíble con un césped maravilloso. Solo nos falta tenerlo lleno siempre.

—No es nuevo en el país. Antes de llegar al Zaragoza en 1990 ya tuvo una experiencia en Francia.

—¡Treinta años han pasado! Estuve en el Grenoble año y medio. Viví dos aspectos totalmente contrarios. La parte deportiva me fue horrible, no jugué bien. Pero en la parte humana crecí mucho, una enormidad. Tuve que empezar a pagar facturas, a preocuparme del apartamento. Tuve que aprender a vivir solo.

—Es mucho tiempo, desde luego. ¿Había pensado que podría volver a encontrarse con el fútbol francés?

—Había perdido bastante contacto con Francia, pero increíblemente siempre pensé que era una opción. No sabía cuándo, ni me lo había planteado. También soy muy realista y cuando uno ve que solo hay tres o cuatro entrenadores extranjeros en veinte equipos, o tiene una entrada muy especial o llega a un cierto nivel como Emery, que ganó la Europa League dos o tres veces con el Sevilla. No es que uno ponga el nombre en un lugar y eso llegue. Se dieron las circunstancias justas en el momento justo, pero no me esperaba en este momento volver a Francia.

—¿Qué se ha encontrado?

—Un fútbol muy fuerte, muy físico, con jugadores muy grandes. Hay muchos jugadores de origen africano de más de 1,80 de alto. Tienen un presencia enorme y son tremendos en el uno contra uno. Por lo demás, hay mucha igualdad entre los tres o cuatro equipos que no estamos arriba. Estamos por detrás de PSG, Mónaco, Lyón y Marsella, en el grupo siguiente, con el Saint-Etienne, este año el Rennes, el Niza...

—¿Cuál es el proyecto?

—Este año era la salvación. Cuando yo llegué a un acuerdo para ir allí, el equipo estaba a dos puntos del descenso. Tuvimos una muy buena racha, luego una mala, y un final de temporada extraordinario. Eso nos catapultó a la Europa League. Fue bastante inesperado, hay que ser honesto. Ganamos un partido clave contra el Lille y luego fue todo rodado. Tuve que dar justo antes un golpe, un shock, con una cantidad de cambios internos. Tampoco sabes si te van a dar resultado. No hay un librito que te diga: ‘Cuando no ganes, haz esto’. Pero hacía falta y encontré un grupo de 12-13 jugadores que fue con los que terminé el campeonato. Ese grupo tuvo un carácter, un juego y una agresividad que nos dio el equilibrio. Ahora nos va a tocar jugar en Europa y todo cambia. Hay futbolistas capaces de jugar sábado, martes, sábado, martes… Son los jugadores de equipos ‘top’. Los demás no están acostumbrados y cuando juegan dos partidos por semana, o bajan el nivel o se lesionan.

—¿Su idea es quedarse?

—Sí. Tengo contrato y el final de temporada me ha entusiasmado. Lo que pasa es que este verano es clave. Lo más importante hoy en día en el fútbol, sin ninguna duda, es la compra y venta de jugadores. Si se hace bien el trabajo en verano, el resto del año es mucho más fácil.

—¿Qué sacó de su etapa en el Shanghái Shenhua, en China?

—El fútbol es normal. La vida en Shanghái es buena porque es la ciudad más moderna de China, por ahí tuve suerte. El fútbol se toma como un deporte natural, pero no es muy popular, por más que cada vez vaya más gente. Yo vivía en una ciudad de 50 millones de personas y al estadio van 30.000. No conocen mucho el fútbol ni te reconocen por la calle. Los jugadores son privilegiados, un grupo muy élite. Son muy poquitos y cobran muy bien, el jugador chino también. Hay un poco de ese glamour de jugador de fútbol, dinero, fama… Tiene un estatus importante.

—¿Hay semejanzas con el fútbol europeo?

—Es muy desordenado en el sentido táctico, todo el mundo quiere atacar. Los partidos terminan 4-3, 5-5... En los equipos con técnicos extranjeros se pueden dar resultados más naturales, pero también es difícil convencer al jugador para que defienda, para que sufra. Están creciendo porque el Gobierno ha decidió que el fútbol tiene que mejorar y punto. Y cuando se lo propone el Gobierno, sucede. Sé que hay mucho debate con ir o no a China, pero creo que este es el momento, después no sabes lo que va a pasar.

—¿No es una burbuja?

—Están dando un paso adelante en términos de organización hacia la base. Ahora el fútbol es obligatorio en las escuelas, por ejemplo. Pero para que esos niños lleguen a jugar como profesionales estamos hablando de que tienen que pasar 15 años. ¿Se podrá mantener el nivel de la Liga durante todo ese tiempo? ¡Buf! No lo sé. Pero sí va durar un tiempo.

—Hay dos barreras, además, la comunicación y la idiosincrasia.

—Yo hablaba en español, tenía un traductor. Nunca llegan las cosas igual, ni siquiera cuando te enfadas, pero lo necesitas. A nivel deportivo es distinto, difícil de explicar. A nivel personal fue una experiencia extraordinaria. Tienen una forma de vivir la vida que aquí no tenemos ni idea.

—¿El fútbol chino, el francés, el inglés y el español se parecen?

—Me gusta separar la trascendencia de cada uno. La que tiene la Premier League no la tiene ningún otro fútbol en el mundo. De España lo que llega es el Barça y el Madrid, a veces el Atlético. El resto no existe. La Premier es un producto completo. Cuando tuve la suerte de trabajar allí me di cuenta de que la trascendencia, para bien y para mal, es tremenda. Conmigo se ponía en contacto gente de Australia, de China, de Hawai... Luego, en cuanto a fútbol, es cuestión de gustos. Si te gusta más dinámico y con más gente en la grada, el inglés; el más técnico es el español... Pero ahora te encuentras jugadores de todos lados en todos lados.

—¿Salió quemado del Betis?

—En el Betis me equivoqué yo. En cuanto me nombraron la palabra Betis, dije sí sin pensarlo dos veces. Fue un error. Tenía que haber averiguado qué era lo que rodeaba el equipo y en qué situación social estaba. Después, claro que salí rápido por un tema social. Como salió Montella y como saldrá el técnico del Betis o el Sevilla en octubre o noviembre si van duodécimos. No se puede mantener porque hay un nerviosismo social fuera de lugar en Sevilla, y al que le toca se va fuera.