Osasuna y Zaragoza reviven hoy un encuentro desconocido. El partido que nació y creció como una fiesta se ha convertido en uno más en el calendario de las tribunas. En las gradas ya no hay pasión, ni sana rivalidad, ni los colores entremezclados que hubo tantas veces. Hoy habrá de nuevo calor vacío, avinagrado con insultos, y esos irritantes y repugnantes cánticos contra la Virgen del Pilar que nadie sabe o quiere parar. No hay que esperar nada bueno de un duelo que se mantiene sobre el césped pero empezó a morir hace más de veinte años. Se pasó de la hermandad de más de medio siglo a la violencia que empezó a nacer a finales de los 80, que degeneró en miedo y deserción. Hoy en día, ni los zaragocistas viajan a Pamplona ni los osasunistas se desplazan a Zaragoza. Los radicales, cada vez menos y peor avenidos, asesinaron la fiesta hace años.

Solo quedan recuerdos, nostalgia de tiempos que jamás volverán, con un ambiente fraterno recreado dentro de un clima futbolístico fabuloso. Recordaba Andoni Cedrún un Osasuna-Zaragoza de 1984 en El Sadar en el que las aficiones de ambos equipos cantaban, en coros alternos, el 'Hola don Pepito, hola don José'. La cordialidad era algo común, inherente a un buen número de generaciones. Y no por casualidad. Más que vecinos, navarros y aragoneses fueron hermanos durante muchos años. De hecho, el equipo rojillo estuvo presente en la inauguración de Torrero en 1923. Entonces era el campo del Iberia, la Catedral gualdinegra. No solo eso. Osasuna también inauguró La Romareda en 1957. Igual que el Zaragoza estuvo en el primer partido en El Sadar diez años después.

La cosa no solo no se detuvo, sino que creció. En los primeros 80 se reunieron en La Romareda más de 7.000 osasunistas, por ejemplo. Era habitual también ver a miles de zaragocistas en territorio rojillo. Fue así hasta octubre de 1987, cuando una botella cambió el curso de la historia. Más que una botella, fue la ideología, el interés extremo de unos grupos radicales que emergían entonces y aprovecharon un incidente aislado para instalar el odio a ambos lados. Ligallo había nacido un año antes. Indar Gorri, que surgiría un par de meses más tarde, se agarró a ese hecho para iniciar su cabalgada de odio.

El altercado que algunos consideran el principio del desencuentro se produjo el 4 de octubre de 1987 en La Romareda, cuando una botella lanzada desde la grada impactó sobre Roberto, portero osasunista, que luego dijo: "No entiendo al público. No hemos hecho nada para que hayan ocurrido estos incidentes. Me han tirado botellas y botes". De ahí se pasó a la trifulca en la grada, y posteriormente a una intervención policial que los osasunistas entendieron como desmesurada, sobre todo injusta. "Quiero resaltar el comportamiento de la Policía, que ha sido injusta con el público de Osasuna y ha empezado sin piedad a dar golpes. Todo el mundo ha visto quién ha tirado objetos contra Roberto", indicó el técnico Zabalza. "Siento decirlo --añadió el presidente Ezcurra--, pero la actuación de la Policía ha sido desafortunada".

Lo cierto es que se puede echar la culpa a la botella, a la Policía, a aquel maldito 4 de octubre en el que saltó una chispa de cristal en La Romareda. Más cierto es que unas decenas de radicales se han encargado de avivar un odio que nunca existió. Cuatro gatos que siguen pudiendo con decenas de miles. En el 2005, en un ingenuo pero meritorio intento, se trató de recuperar el espíritu naciente. Osasuna realizó una ofrenda a la Virgen del Pilar, se buscó un discurso unánime, soluciones, hubo fotografía conjunta de los dos equipos... Nada. Ligallo extendió una pancarta: "Nunca seréis bienvenidos". Indar Gorri no se molestó ni en aparecer en los actos. Pero la culpa es de la botella...