Aunque parezca mentira, la realidad supera a la ficción para un equipo que llega a la jornada 17ª como el segundo mejor Real Zaragoza del siglo XXI en lo referente a productividad. Con el triunfo en San Mamés despidió el año con 22 puntos, una cifra solo superada a estas alturas por la plantilla que dirigió Víctor Fernández en el ejercicio 2006-2007, que sumaba 30 con el mismo número de partidos disputados. Su rendimiento es casi idéntico en todas las facetas al conjunto que entrenaba Víctor Muñoz en la campaña 2004-2005, con la única diferencia de que el de Manolo Jiménez cuenta con una victoria más en igualdad a 22 puntos en este tramo de Liga.

La situación antes de la tregua navideña puede calificarse sin ningún rubor de idílica para un club azotado por la funesta gestión de su máximo accionista, que lo condujo a la Ley Concursal y troceó su reputación en el torneo. Después de tres años seguidos celebrando estas fiestas en el calabozo de la clasificación, el Real Zaragoza ha salido, por fin, en libertad condicional y con el firme convencimiento de que sus días de condena perpetua han acabado. Sigue sin ser sencilla la explicación a esta mutación gestada desde la penuria económica, los fichajes o cesiones bajo sospecha de rendimiento y un falso paso atrás de Agapito Iglesias, siempre al tanto del negocio.

A este tiempo de paz, con la afición entusiasmada por los inesperados regalos deportivos, se ha llegado no sin pocas batallas, sufrimiento y dudas. Aunque Jiménez sea un asalariado de Agapito, ha logrado establecer la suficiente distancia con el patrón como para aislar al vestuario de injerencias externas y dotarle de fe para levantarse en la caída y revestirlo con una resistente armadura competitiva. La labor sanadora del técnico está siendo encomiable. Las lesiones, las expulsiones, la baja respuesta de gran parte del banquillo... Ninguno de esos obstáculos ha empujado a la depresión a unos futbolistas que se crecen ante la adversidad, porque la mayoría oscila entre la reivindicación y la redención.

En las últimas cuatro jornadas, en el mes de diciembre, el conjunto aragonés ha atesorado siete de diez puntos posibles, todos a domicilio, y solo ha encajado dos goles. Del encuentro de Mallorca, donde empató con diez tras una resistencia espartana en las peores condiciones, salió más fuerte y más alto, con un concepto defensivo de gran nivel para suplir el brillo que le falta a su fútbol con un sentimiento colectivo brillante que adorna Postiga con su puntualidad goleadora. Este Real Zaragoza construido desde la modestia resulta que, en el fondo, es un pequeño pozo de petróleo en un siglo de grandes decepciones.