—Llega en agosto del 2009 en una decisión sorprendente de Agapito Iglesias.

—Lo sería para la gente de fuera, que no estaba vinculada al club, porque en realidad los meses anteriores hice muchísimas gestiones para el Real Zaragoza. Las que tenían que ver con el extranjero las llevaba yo sin que nadie lo supiera. Agapito me dijo: «Como ya haces la mitad de lo que está pasando en el Zaragoza por qué no vienes aquí e intentas hacer el resto». Y acepté.

—Pero eran gestiones deportivas y viene de director general...

—No fue un cargo elegido entre los dos. Él me lo propuso y yo le dije que lo que sabía era de fútbol. Los temas de papeleo y números los entiendo, pero no era el director general típico sino un hombre de futbol. Era complicado pero al final acepté. No lo haría otra vez. En la vida hay que decidir, a veces aciertas y en otras como esta cometes errores.

—¿El fichaje de Ewerthon en el 2005 fue su primer contacto con el Zaragoza?

—Sí. Jerónimo Suárez era director general y conocí ahí a Pedro Herrera. Desde que llegó Agapito la relación fue más estrecha.

—En la llegada de Oliveira tuvo mucho que ver usted.

—En la cesión del Milan sí intervine. En el fichaje fue al revés, intenté evitarlo. Me pareció muy arriesgado bajar y fichar a un jugador por 10 millones. Mi recomendación era no ejercer la opción, pero Agapito, y lo digo con cariño, es una persona que casi nunca hace lo que uno se espera. No valoró mi opinión entonces.

—¿Usted era un asesor del Zaragoza antes de entrar al club?

—Sí, era eso, es correcto. Nuestra relación era muy estrecha. Gran parte de mi vida profesional tras ser jugador ha sido y es asesorar a equipos. Son pocos, claro. En España había dos clubs con los que tuve mucha relación, el Zaragoza y el Betis. Y con el Zaragoza mucha por esa cercanía con Agapito. Por eso acepté ser director general, a pesar de que mi entorno me aconsejaba que no lo fuera, que no aceptara.

—¿Gerhard Poschner era amigo de Agapito?

—Claro que sí.

—¿Lo es aún?

—Sigo teniendo cariño hacia él a pesar de lo mucho que ha pasado. Hay que separar amistad y negocios y hubo muchas cosas que no salieron muy bien. Nada bien... Hay gente que no lo entiende y no pido que lo entiendan. Tengo cariño para la persona, no lo escondo. Ahora hablo con él de vez en cuando. Hubo muchas heridas tras mi salida que tardaron en cicatrizar, durante una época larga después no tuvimos contacto, pero la vida es demasiado corta para ir con rencor, no vale la pena. Pensé que, si no hubiera aceptado la propuesta del Zaragoza, no habría pasado nada, no habría habido ningún problema con él, por lo que todo lo que sucedió también fue en gran parte mi responsabilidad por aceptar el cargo.

—Cuando llega, lo hace con un jugador como Babic . Y se montó el primer revuelo con el entonces entrenador, Marcelino.

—Fue algo normal. Estaba libre, sin traspaso ni comisiones, necesitábamos un zurdo, lo hablamos en el club, también con Marcelino y ya está. El técnico era pesimista con él. El trato era que, si Babic no rendía, en diciembre se iba. Y el míster, tras unas semanas, dijo que estaba contento. Pero cuando hubo cambio de técnico, con Gay, ya no contó con él.

—¿Su relación con Marcelino?

—Fue complicada. Pero no lo fue ni por él ni por mí. Cuando yo llegué había una tensión entre Marcelino y el club, con personas con peso dentro. Había voces que me pedían echarlo nada más llegar. Mi opinión era ver cómo trabajaba, conocerlo. Esos primeros meses en el club fueron difíciles, por muchas cosas que ya habían pasado antes. Era una relación club-entrenador que era casi imposible recuperarla. Lo único que hubiera ayudado eran los resultados, pero no llegaron. Así, el ambiente cada vez fue peor. A mí personalmente me parece un entrenador fantástico, aunque era imposible mantenerlo.

—Usted apuesta de forma decidida por Gay como su relevo.

—Hablamos con varios, pero no había ningún entrenador que me diera una garantía de que fuera mejor de lo que teníamos en casa. Gay ya sabía lo que era el club y conocía el equipo. Teníamos las ideas claras de dónde retocar el bloque y él confiaba en nosotros, por eso era lo adecuado. Fue mi decisión, había voces, muchas, que no lo veían, pero salió bien.

—Fichar a siete jugadores en enero es algo más que retocar.

—Ya con Marcelino lo tuvimos claro que había que fichar, pero esa relación entre él y el club salpicaba al equipo. Había un ambiente complicado en el vestuario y había que reaccionar. Quizá es difícil entender por qué te deshaces de un jugador, pero es que hay muchas otras valoraciones. Era claro que se necesitaba un cambio radical, no solo en el sentido deportivo sino a la hora de hacer grupo, de tener un vestuario unido esos cinco meses.

—Está hablando de la salida por ejemplo de Ayala o López Vallejo. Tras el partido de debut de Gay en el Bernabéu con un 6-0 hubo una charla reveladora, ¿no?

—Fue una conversación con todo el equipo, a las doce de la noche en el hotel, que no fue muy agradable, por decirlo de una manera suave. Hablé sobre todo yo. Son situaciones que pasan porque no las puedes dejar pasar. O hablas lo que tienes dentro o no hablas nunca más. Era el momento de ser claro, de dar la posibilidad a que alguien diera su versión, pero fue un monólogo mío.

—¿Señaló solo a esos dos?

—No se trataba de señalar a nadie. Tanto Fabián como López Vallejo eran personas estupendas, pero hay circunstancias donde se forman grupos y había varios en ese equipo. Se trata de decidir por qué grupo apuestas. Y eso a veces lleva a no ser justo con algún futbolista. En este caso, seguro. Con Ayala fue el momento más complicado. Como profesional y como persona era impecable.

—Ayala dijo después que usted siempre le fue de cara.

—Es que no puede decir otra cosa. El que se sentó con él y le explicó todo fui yo. Había que pensar en el éxito del club. Para eso eres director general, para tomar decisiones, por mucho que duelan.

—A finales de diciembre del 2009 el consejo que presidía Eduardo Bandrés se va y Agapito pasa a ser presidente además de dueño. ¿Cómo vivió usted esa crisis?

—No prestaba demasiada atención a esos asuntos, la verdad, porque lo que estaba por encima de todo era arreglar la situación deportiva. Eso era lo único importante. Con Eduardo sigo teniendo muy buena relación, también la tenía en el club, pero eran cosas personales y en una situación así hay muchos perjudicados, muchas víctimas, aunque no me guste llamarlo así. Si todo va bien, todo son flores. Pero, cuando las cosas van mal, hay que tomar decisiones y estas no van a ser guapas. Nunca lo van a ser en esos momentos.

—Suazo, Edmilson, Contini, Jarosik, Contini, Roberto y Colunga fueron claves al llegar en enero para esa salvación. ¿Cuántos de ellos llegaron gracias a usted?

—Es que ficha la entidad, no la persona, es algo de lo que aún la gente no se da cuenta en Zaragoza. Están los que deciden, pero lo hacen por el club, no por sí mismos. Hasta que no se entienda este concepto será difícil que funcionen bien las cosas. Da igual quién ha hecho qué, sino hacerlo en nombre del Zaragoza.

—¿Es verdad que si no se hubiera ganado en Tenerife habría sido destituido Gay y su relevo era Víctor Muñoz?

—Si es así, que no lo sé, habría sido sin mi conocimiento ni información. Ni lo valoraba.

—El equipo se salvó, pero usted se distanció de Agapito y, también del director deportivo, Antonio Prieto, el secretario técnico, Pedro Herrera, y de Luis Carlos Cuartero.

—Fueron meses muy duros. Por un lado tienes ganas de explotar y de actuar de una manera que a lo mejor te viene bien a nivel personal pero que para el club habría sido un desastre y ponía en peligro la permanencia en Primera que se consiguió. Había dos caminos. O montas una guerra tremenda y pública o te muerdes la lengua, aguantas y cuando termina la temporadas coges tus cosas y te vas de la entidad. Hice lo segundo.

—¿Por qué tuvo esas diferencias con Prieto, Herrera y Cuartero?

—Cada uno tiene su forma y su método de trabajo. Como era el director general, yo internamente dejaba muy claro que no estaba de acuerdo con ese método, que no podíamos seguir así. Al final, era o una parte o la otra. Y cuando vi que al propietario le costaba o no podía tomar una determinada decisión, como no la tomó, yo tuve que tomar la mía, que fue dimitir un par de días después de lograr la salvación.

—¿Mantiene alguna relación ahora con ellos tres?

—No. No hemos vuelto a hablar.

—¿Agapito es el peor presidente de la historia del Zaragoza?

-—Para decir eso hay que conocer a los demás. Así que no lo sé.

—Pero su gestión global en ocho años dejó al club al borde del abismo, de la desaparición.

—Un ejemplo perfecto de lo que era Agapito fue la compra de Oliveira que antes comentaba. Hizo muchas cosas que el club no podía asumir económicamente. Es que la deuda tiene esa explicación, entre otras más. Tanto déficit no se genera en un día. Todo el mundo hace responsable a Agapito y hasta cierto punto es justo, porque era el dueño. Pero solo hasta cierto punto. Para mí, su error, su gran error, fue dejarse influenciar por varias personas que no debería haberlo hecho.

—¿Por qué personas?

—No lo diré. Personas de dentro, pero también de fuera del club.

—Usted ahora ha vuelto a sus orígenes, a ser intermediario y a asesorar a clubs. ¿Qué le llena más, estar dentro o fuera de una entidad deportiva?

—He tomado dos veces una decisión de entrar en un club, en el Zaragoza y en el TSV 1860 Múnich, pese a que todo el mundo me decía que no lo hiciera. Al final, cuando estás al lado de un club y les asesoras, no tomas la decisión. Y en eso te pica el gusanillo. Si te llega la oportunidad, pues lo intentas. Que lo haga una tercera vez lo dudo enormemente, por mucho que me pique. Al final igual los demás tienen razón y estoy mejor como ahora.

—¿Qué significa el Real Zaragoza en su carrera profesional?

—Disfruté un montón y tengo buenos recuerdos de esos diez meses, aunque fueron duros. No me arrepiento para nada de ir. Fue una experiencia intensa, con mucha emoción, gran parte de ella positiva. Claro que fue enriquecedora. De lo único que tengo lástima es de no haber sido capaz de hacer un cambio en ese club, quería implantar otro modelo.

—¿Y qué Zaragoza quería implantar, qué modelo?

—Un club que mezclara bien su tradición con la modernidad. En Aragón salen muy buenos jugadores, la gente está orgullosa de su tierra, de sus futbolistas y tienes que sacar provecho de eso. Hay que hacer una cantera de la que tirar, en la que apoyarse, y al mismo tiempo abrirse a métodos más modernos, pero de una forma profesional y seria, donde siempre esté por delante la entidad y no las personas.

—En el verano 2014 entró otra propiedad al club, la Fundación 2032, y se fue Agapito. ¿Qué le parece desde la distancia?

—No tengo una visión de primera mano. Si las personas que llevan el día a día son o no adecuadas, no lo puedo decir. Por lo que veo y leo, la gran deuda del club se está bajando y a eso hay que darle mucho valor. A nivel deportivo, el resultado no es muy favorable, pero también es complicado en un club con tanta historia y tradición explicar a la gente que todo lleva un tiempo, que hay que tener paciencia. Igual que has ido a la gloria, a los títulos, con un tiempo, se necesita también un proceso para salir de Segunda. Para dar vuelta a eso hay dos caminos, o invertir un montón de dinero en jugadores de nivel, y ni así se asegura el éxito, o tener paciencia y dejar crecer un grupo.

—Fichando quince futbolistas cada verano es imposible hacer un grupo duradero...

—En Segunda, tanto en Alemania como en España, los equipos están muy igualados. ¿Cuáles funcionan mejor? Los que saben lo que hacen, tienen una identidad, cambian pocos futbolistas y el bloque, el entorno y el método de trabajo son los mismos. Así llega el éxito. En Zaragoza la gente dice que somos de Primera. Y no lo somos. Somos uno más de Segunda. Hasta que eso no se acepte, se tenga calma y paciencia, va a ser difícil. Dificilísimo.