Se viene aquí, recostado a la banda izquierda del coqueto Kaliningrado Stadium. Pareció que se camuflaba junto a la cal, con ese aire lento y hasta cansino que parecía desprender. No se equivoquen. Era todo una farsa. Isco anda engañando a todos. A veces, hasta a sus propios compañeros. Aunque en noches como las de Kalinigrado desmiente todos esos esterotipos que circulan sobre él. Pidió la pelota Isco sin alzar la voz. Fue el líder natural de una selección desnaturalizada. Sin gritos ni demagogias, con un fútbol elegante, sedoso, envolventemente atractivo hasta cautivar a la pelota, convertida en su mejor amiga.

A su alrededor, el caos. Con Isco, en cambio, el orden. Tipo inteligente, concreto cuando toca serlo y arabesco cuando lo requería una selección atormentada incapaz de gobernar los partidos. Al madridista se le vio en todas las zonas del campo, signo de que su impacto en la noche rusa. Hasta se asomó entre los dos centrales (Piqué y Ramos, más nerviosos e inseguros que de costumbre) para susurrarles al oído. «No os preocupéis, dadme la pelota. Tranquilos». Y la pelota, caprichosa ella, quedó acunada en los pies del exquisito futbolista andaluz.

Estuvo en todos los sitios. Atrás bajó para calmar a Gerard y Sergio, se marchó a la derecha para que Silva y Carvajal no se sintieran desamparados ni envidiosos de ver que la pelota iba feliz por el costado. Isco, y su magia, no se detuvieron ahí. Apareció también por detrás del delantero, ya fuera Diego Costa al inicio o el eléctrico Iago Aspas del final. Pero no se conformó con ser decisivo en todas las áreas del campo sino que su influencia alcanzó niveles majestuosos cuando más lo necesitaba España.

Suyo fue el gol del empate, tras la conexión mágica con Iniesta, suyo también fue el cabezazo imponente (¿qué hacía ahí? ¿acaso era un viejo nueve del siglo pasado?) que se colaba en la portería marroquí antes de que Saiss, en un providencial despeje, lo evitara. Suyo fue, en realidad, todo lo bueno que hizo España en Kaliningrado, una ciudad perfecta para ser recordada por el VAR y por Isco.

Firmó un partido escandalosamente perfecto. Se adueñó del balón con un 90% de acierto en el pase, transformado en arte coral cuando se asociaba con Iniesta. Remató dos veces a puerta (gol y despeje de Saiss), intentó ocho regates y ¡siete, sí siete! le salieron bien, dejando escenas imborrables porque rasgó con precisión y dulzura a Marruecos en una enloquecida noche rusa. Ahí, en ese triángulo de la banda izquierda, Isco se lo estaba pasando bomba. Las máquinas, que ahora todo lo miden, reflejaron que intervino en 151 acciones. Omnipresente y con gran éxito.