—¿A que le llevaba de pequeño ser tan competitivo?

—Bueno, a muchos disgustos. Yo estaba en mi pueblo o en la cantera del Lleida y perdía un partido y lloraba o me daba de cabezazos. Ahora no lloro pero me cuesta dormir y la cabeza no para de darme vueltas con el partido casi toda la noche. Día de encuentro significa no dormir. Por ejemplo, el otro día tras el partido con el Nástic, por todo lo sucedido.

—Mide 1,71 metros, una estatura baja para el fútbol. ¿Eso ha sido un hándicap para progresar en su carrera?

—Siempre lo ha sido, no dentro del campo, pero sí fuera. Era verme la gente y decir «este no puede ser futbolista con ese cuerpo y esa estatura». Pero entraba al césped y la gente cambiaba de opinión, veía que sí podía ser un buen jugador. He ido superando barreras. Además, el tren inferior fuerte, por así decirlo, compensa la estatura.

—No están teniendo suerte con los resultados en este inicio de Liga. ¿Hay más juego que puntos en el Zaragoza?

—La realidad es que llevamos cinco puntos, pero el equipo sigue trabajando, confiamos en lo que estamos haciendo, hay un grupo estupendo, un vestuario unido, y las victorias llegarán. Y si los resultados siguen sin llegar seguiremos confiando e inténtándolo hasta que no podamos más.

—¿Es muy complicado asimilar el libreto de Natxo González? Eso y una plantilla tan renovada requieren paciencia con tantos jugadores que han llegado en el pasado verano, ¿no?

—Es verdad que es un sistema nuevo, mecanismos nuevos y muchos jugadores que acabamos de llegar. Es un entrenador que potencia mucho los automatismos, al principio cuesta y a mí me costó en pretemporada coger el rol y soltarme. Cuando ya lo vas pillando te va marcando las pautas y todo va rodando poco a poco.

—Que haya jugado mucho es la mejor señal de que está contento con usted, pero ¿qué le dice el entrenador?

—En el vídeo me va marcando donde tengo que estar, si buscar un lado en vez de otro cuando recibo el balón y detalles tácticos. Son jugadas concretas, no ha hablado de más cosas conmigo.

—Tras muchos años de decepciones en este Zaragoza ya no se habla públicamente de ascenso a Primera, una meta que por historia y por afición o por necesidades económicas sí que es obligada. ¿Se habla en el vestuario de la necesidad de subir?

—Esa ilusión siempre existe. ¿Quién no sueña con ello? Sabemos que es difícil, somos un equipo joven en una categoría tan igualada como es esta Segunda y sabemos los puntos que llevamos ahora, pero confiamos en nosotros y en subir pasito a pasito. Confiamos en que eso pase para intentar al menos llegar al playoff. Lo que queremos todos es llegar lo más lejos posible, pero lo importante es pensar en el siguiente partido, en el Oviedo.

—¿Pesa más la camiseta del Zaragoza en Segunda que la de cualquier otro rival?

—Eso depende de cada uno. A mí no me pesa más, llevarla me motiva y me hace crecerme más en el campo.

—¿Cuáles son sus aficiones cuando está fuera del fútbol?

—Me gusta mucho el pádel en verano y al cine, que me apasiona, trato de ir una vez a la semana. Me considero una persona muy familiar, estar con los míos me encanta, empezando por mis padres, que han dado la vida por mi sueño. Es que sin ellos no estaría ahora mismo en el Zaragoza.

—Usted es catalán y su familia vive en Almacellas. ¿Cómo está viviendo lo que allí está sucediendo en los últimos meses y qué opina de la independencia?

—Intento estar un poco al margen de todo, pero mi novia, mi familia y mis amigos viven ahí y claro que estás un poco informado. Llevo nueve años con el actual viviendo fuera de Cataluña y a mí no me gustaría que se independizara porque me siento catalán y español. Cada uno es libre de opinar lo que quiera, pero en mi caso me siento tanto una cosa como la otra.