—Tras su gol y su buen partido con el Zaragoza en Elche, ¿cómo está llevando estos días?

—Bien. Lo asumo todo con normalidad. Me lo tomo como un partido más, fue una alegría grande marcar ese gol y lograr un triunfo tan importante en el momento difícil en que está el Zaragoza. Pero lo vivo como hace dos semanas cuando marcaba con el filial.

—¿Cuántas veces le han dicho estos días que es su momento?

—Bueno, es que no hace falta que lo digan. Yo lo veo así, pero me lo tengo que tomar con tranquilidad. Ya me ha pasado dos veces en esta temporada tener que volver a bajar al filial. Lo asumo con calma y con la máxima ilusión posible, con la idea de dar todo.

—Esa ilusión es más que lógica, lleva muchos años en la cantera del Real Zaragoza...

—Sí, pero yo empiezo de niño en el Stadium Casablanca, luego voy al Amistad, estoy tres años y llegó a la Ciudad Deportiva con 11, en infantiles tras jugar en el alevín A en el Amistad. Y volví después una temporada en juveniles.

—En ese regreso en el 2011 tuvo todo que ver Rafa Latapia. ¿Qué significa en su carrera?

—Muchas cosas. Cambié como jugador gracias a él. Ese año de la cesión al principio me hundí un poco, porque cuando te vas piensas en qué hay después del Zaragoza... Y era tan joven. Rafa me llamó, me dijo que era un jugador espectacular, que me quería mucho y decidí irme al Amistad. No había pegado el estirón físico y él vio que podía jugar y aportar más al equipo más arriba, en la mediapunta. Hice goles, porque siempre fui un jugador muy atrevido y lanzado en ataque. Me benefició mucho ese año allí, aunque como equipo pudimos hacer más, pero fue clave para mí.

—Regresa al Zaragoza en el 2012. ¿Con qué idea?

—Tenía una sensación rara tras haberme ido. Sabía que era otra oportunidad y esta vez la aproveché. Estaba Diego Martínez como entrenador y aquella temporada el División de Honor más que un equipo era una familia. Estaban Whalley, Suárez, Joel, Santigosa, Lasure o Sergio Gil, que subió a mitad de temporada. Diego Martínez tiene su mejor virtud en el trato con los jugadores, es un tipo muy cercano con el que podías hablar de cualquier cosa, sabía a qué jugar, lo que quería, conocía y quería conocer al futbolista. Ese trato tan bueno se lo devolvías en el campo, esa confianza se la devolvías con fútbol.

—Ha mencionado a Latapia y a Diego Martínez. ¿Son los entrenadores vitales en su carrera?

—Rafa fue el que primero confió en mí, me dio muchos consejos y aprendí mucho. Diego Martínez fue ya en juveniles, una etapa clave porque cambias y entras en el fútbol de verdad. Y también estaría César (Láinez), llevo cuatro años con él y la confianza es inmensa entre los dos.

—¿Cuáles cree que son sus virtudes como jugador?

—El atrevimiento y la potencia. No soy veloz, pero sí soy potente en pocos metros. Sin embargo, si me tengo que quedar con una virtud, me quedo sobre todo en la confianza en mí mismo, en el saber lo que puedo dar.

—Sus entrenadores dicen de usted que su tren inferior es brutal y que a veces incluso daba la falsa impresión de tener sobrepeso.

—Así es, de niño parecía que estaba gordo. Y nunca lo he estado, de pequeño un poco sí, pero era cuando estaba cambiando. Cuando di el cambio físico definitivo, por la constitución en la camiseta se notaba que soy una persona ancha, fuerte. Otros jugadores son más delgaditos, pero nunca me tuve que poner a dieta.

—Diego Martínez dice textualmente que es un animal.

—(Sonríe) Bueno, no sé si un animal, pero esa fortaleza se hace notar sin camiseta.

—El primero que le convoca con el primer equipo es Ranko Popovic en la 14-15, en marzo del 2015. Quizá era demasiado pronto para usted, ¿no?

—Es cierto, casi no lo recordaba. Me dio la oportunidad de ir citado contra el Lugo, no sé si era pronto o no, pero esa temporada había grandes jugadores y en ese momento iba todo rodado. Para mí fue un paso importante.

—Unos meses después, en el último partido del filial en Segunda B, se lesiona de gravedad. ¿Qué supuso aquella lesión de rodilla?

—Fue, sin duda, lo peor que me ha pasado en el fútbol. Estuve siete meses fuera y volví el 31 de enero contra el Escalerillas. Fue durísimo, lo primero que me planteé es que se terminaba todo, pensaba en qué iba a ser de mí y acababa contrato, aunque el club tuvo ese gesto de renovarme. Los primeros días me obsesioné con el tiempo, con el volver, pero tras la operación cambié el chip. En esta vida todo pasa por algo y esa lesión me fortaleció muchísimo.

—Esta temporada empieza desde el verano trabajando con Milla. Debuta de titular en Copa con él y tiene minutos en Liga...

—Me dio esa confianza, la que yo estaba transmitiendo en el campo con el trabajo. Empiezo con esa ilusión, pero, bueno, dejó de contar conmigo.

—Milla dijo que no estaba entrenando bien. ¿Cree que fue justo que le diera ese palo?

—Lo recuerdo bien. Opinó así y lo acepté. Me lo tomé como un plus para seguir trabajando, para luchar y no rendirme. Pero de verdad que no bajé el nivel. Entrenaba como siempre, con la misma ilusión que ahora. Me dolió más bajar al filial, y eso es normal, que lo que dijo Milla, porque sabía cómo subía a entrenar. No me afectó. Sinceramente, no.

—Con Agné le pasó algo similar. Empieza contando y desaparece. ¿Qué pasó ahí?

—Nada, no pasó nada. No me dio explicaciones, igual hubo algún entrenamiento que no me salió bien, pero nada más que eso. Simplemente bajé al filial otra vez. Pero todo eso está pasado.

—Llega César. Y la puerta se abre de nuevo para usted.

—Desde el principio vi que volvía a tener posibilidades. Sé que confía en mí y yo tengo esa confianza en él. Sé lo que me ha sacado y lo que quiere de mí. Creía que me iba a llegar esa oportunidad, él me la brindó en Elche y la tenía que aprovechar.

—Después le comparó al Cani de los inicios. ¿Qué cree que busca poniendo su listón tan alto?

—Cani es un ídolo de cualquier zaragocista. Y hablar de él son palabras mayores. Creo que es una táctica para motivarme, sobre todo para hacerme ver a lo que puedo llegar. César sabe que puedo dar muchísimo más y crecer como jugador. Ponerme a esa altura, buff... Yo voy a trabajar todos los días muy fuerte para llegar, por lo menos, a la mitad de lo que ha llegado Cani. O a lo que él ha llegado. ¿Por qué no?

—¿El mayor enemigo de Pombo es Pombo, su inmadurez?

—Creo que no es así. Me falta un poco de cabeza, eso sí es verdad.

—Defina eso...

—Pues que igual tengo un exceso de confianza, en algunos momentos del partido no sé elegir, no sé decidir bien. Creo que ese es mi peor hándicap. También el defender, en Elche me tocó hacerlo mucho y yo creo que lo hice bien. César me incide mucho en la defensa, pero sabe lo que puedo dar atacando, aunque obviamente no me va a permitir no currar en defensa. Sé que defiendo peor que ataco.

—Entonces, ¿no cree que se descentra fuera del campo?

—No, por supuesto que no. Siempre he sido un tipo normal, soy muy maduro, parece que no, porque estoy de risas en los entrenamientos, pero es que disfruto entrenando y jugando. En eso me parezco a Cani. La verdad es que yo también he oído alguna vez eso de que soy mi mayor enemigo, pero no es así, aunque que cada cual opine lo que quiera.

—Láinez lo puso de interior, por la banda izquierda, en Elche. ¿Se siente mejor en la mediapunta o en la banda?

—Mejor por detrás del punta, pero estoy para donde me pongan. Hasta de lateral si hace falta.

—¿A quién llamó primero tras el partido en el Martínez Valero?

—A mis padres, me dieron la enhorabuena y sobre todo me dijeron que siguiera por ese camino. Me transmitieron su alegría y me dijeron que este tren no lo podía dejar escapar.

—En los últimos años ese tren lo dejaron escapar otros canteranos, como Kevin Lacruz, Whalley, Joel, Tarsi, Diego Suárez... ¿Cuál cree que fue la razón?

—Porque no se les dio esa oportunidad y esa confianza real y continuada. Whalley jugó más seguido y tuvo un error, pero es que por un fallo no puedes ya poner la cruz. En Segunda, por la crisis que vive el club, el momento para salir de la cantera es bueno pero hay que estar preparado, al loro y dar lo máximo cuando llegue la oportunidad.

—Y usted llega ahora para...

—Esta vez para quedarme en el primer equipo, estoy seguro.

—¿Y si dentro de dos semanas vuelve al Aragón?

—Pues no me voy a hundir. Es que yo soy del filial, estaré ahí, trabajando y apretando los dientes.

—Como Feltscher, también lleva muchos tatuajes en su cuerpo.

—Me gustan. No sabría decir cuántos llevo. Son muchos. En el brazo, el pecho, la pierna... Llevo los nombres de mi familia, de mi hermana Laura, de mi tío Carlos, de mi abuelo Guillermo y de mi gata. Y después llevo otras cosas y dibujos que me gustaron.

—¿Cuál fue su ídolo de jugador?

—Me fijé en varios jugadores. El primero que recuerdo es el Toro Acuña, que tenía una potencia brutal. Y Cani, por supuesto, Zapater, porque le gustaba mucho a mi padre, el golpeo de Beckham me encantaba, el desparpajo de Ronaldinho en el regate…

—¿Y qué supone para usted entrenar con Cani y Zapater?

—Pues un sueño. Soy zaragocista y desde pequeño siempre soñé con jugar en el Zaragoza, con hacer un gol aquí, eso ya lo he cumplido, y también con volver a ver a dos grandes como ellos de vuelta. Es un orgullo estar a su lado y sobre todo es un aprendizaje.

—¿Cuándo cree que regresará el Zaragoza a Primera?

—Crecí con un Zaragoza de Primera y quiero que esté ahí. Pasa por un mal momento, pero de todo se sale. Seguro que estará en poco tiempo donde merece.

—Acaba contrato en junio. ¿Le dijo ya algo el club?

—No, nada aún, pero no me descentra eso. Voy a seguir trabajando y entrenando duro. Mi deseo es seguir aquí, sin duda.