Contaba un dirigente del Real Zaragoza que Ranko Popovic estaba obsesionado, a veces incluso por encima de los resultados, con que su equipo jugase bien al fútbol. Haría falta definir qué es jugar bien al fútbol, al menos qué es para cada uno, con sus contrastes y matices. Para el entrenador serbio, desde luego, no era lo que hoy se ve, pese a que ahora esté más cerca que nunca de la verdad de su equipo. Pero llegó con una idea bien diferente a la que ha plasmado en las jornadas recientes, sobre todo en los dos últimos encuentros fuera de casa, con esa zaga de tres centrales y un equipo más predispuesto al contragolpe y el espacio que al dominio de balón y territorio.

Quiso desde el principio que el Zaragoza se reuniese en torno a unas características y una idea fiel a sus episodios de gloria pasada, con un juego combinativo y vistoso, de control del partido a través de la pelota. La idea del fútbol asociativo le fue desapareciendo pronto, al mismo tiempo que llegaban los primeros golpes y entendía que la plantilla no estaba confeccionada, ni por calidad técnica ni por fortaleza psicológica, para convertir a su conjunto en un bloque dominante en el fútbol de Segunda.

Una vez asumidas las debilidades de su equipo, fue girando hacia un Zaragoza más conservador, aquel con el que logró cuatro victorias consecutivas antes de entrar en un bucle que pudo tener fatales consecuencias. Sin luz que le guiara ni espejo en el que mirarse, el Zaragoza caminó durante muchas jornadas en dirección al fracaso. Hasta hace cuatro días, sin ir más lejos, se vio al equipo torpón y acomplejado en el choque ante el Mirandés. Popovic le había ido dando vueltas a todo en las últimas semanas. Probó con dos centrales, con tres, con cuatro. Lo intentó con un mediocentro, con dos, con tres... hasta con cuatro en ese nefasto último encuentro en La Romareda. No halló el patrón ni el dibujo, preocupación máxima en el club cuando se alcanzaban los momentos definitivos de la competición, cuando se comprendía que el equipo no encontraba una fórmula para ser más consistente defensivamente, para jugar con la tranquilidad que no le permite su historia ni sus exigencias.

La mañana de Gerona enseñó el presente, quizá el futuro. El Zaragoza fue capaz de medirse con decoro al equipo más en forma de la competición y enseñó algunas pautas sobre la que sostener su fútbol, para esconder sus debilidades y resaltar sus capacidades. Bien es cierto que pudo perder, que seguramente lo mereció, pero se encontró cómodo a ratos en el campo. Se entendió, por ejemplo, que sus laterales sufrían menos, mucho menos, en defensa, y eran capaces de aflorar sus virtudes al otro lado; se dedujo que había menos problemas en el juego aéreo; se manifestó que Rubén, potente arriba e importante en el desplazamiento en largo, se encuentra mucho más cómodo moviéndose en esa figura; se interpretó que Dorca tiene menos trabajo y más tiempo...

Al cabo, se vio una opción a la que agarrarse, quizá la última. Y Popovic repitió en Valladolid con ese nuevo modelo que unos ven como un 3-4-3, otros como un 5-4-1 y los más como un 3-4-2-1. Sea como sea, el Zaragoza es otro, al menos lo fue por un día. No parece una casualidad que el equipo cambiase sus pautas de comportamiento, que no concediese ocasiones de gol, que jugase cómodo, seguro, defensivamente firme, que no se tuviese que escudar detrás de las lesiones. Está más tranquilo porque sus jugadores se mueven en zonas algo distintas y con otras responsabilidades. Se explica en Fernández y Rico, por ejemplo, que reciben más arriba y tienen menos cargas defensivas, lo cual les libera.

En fin, que Popovic ha encontrado por fin, eureka, la fórmula del ascenso. En el club admiten que se ha recuperado el aire de optimismo de principio de la Liga porque ven al equipo en el mejor momento de toda la temporada. Saben que este Zaragoza no tiene nada que ver con el de los malos momentos, ni con el de los peores, por supuesto. Y bien, aparte del cambio de sistema, no se halla una razón real. Pequeños detalles, dicen. Eso será.