Hay muchas maneras de ver «una puesta de sol espectacular», pero la más meritoria, sin duda, es hacerlo camino de la cima del Everest, el techo del mundo con sus 8.848 metros de altitud. El privilegiado que protagonizó esa postal es Kilian Jornet, el prodigioso montañero español de 29 años que justo a medianoche del día 21 al 22 llegó a ese punto insuperable, donde solo disfrutó de su nueva gesta, conseguida con su conocida filosofía purista de respetar la montaña.

Sin ayuda de oxígeno ni de cuerdas fijas, sin sherpas, sin campamentos de altura, sin compañeros y con el equipamiento básico, Jornet estableció una nueva marca de velocidad al recorrer los 30 kilómetros entre el antiguo monasterio de Rongbuk (el punto más alto habitado, a 5.100 metros) y la cima en 26 horas. Luego tardó otras 12 en descender hasta el campamento base avanzado, a 6.500 metros, desde donde llamó con el teléfono de su cámara, Seb Montaz, para anunciar que había logrado su objetivo, el último de los enmarcados en su proyecto Summits of my Life, que le ha permitido viajar por todo el mundo intentando establecer récords de ascenso en algunas de las montañas más icónicas. Empezó en la cordillera del Mont Blanc en el 2012 y desde entonces ha escalado en Europa (Mont Blanc y Cervino), en América del Norte (Denali) y en América del Sur (Aconcagua).

«Subir a la cima del Everest sin cuerdas fijas no es algo que se pueda hacer todos los días. Vi una puesta de sol espectacular y finalmente, a medianoche, llegaba a la cima. Estaba solo pero veía luces de frontales tanto en la vertiente norte como en la sur de expediciones que comenzaban el ascenso. Enseguida empecé a bajar, para poder llegar lo más rápidamente posible al campo base avanzado», comentó Kilian.

«Hasta que llegué a 7.700 metros me sentía bien y estaba yendo de acuerdo a mi planificación, pero allí empecé a sentir dolor de estómago. Desde allí me he movido lentamente y parando cada 10 metros para recuperarme. Sin embargo, hice cumbre a medianoche», confiesa. Debido a esta indisposición, Kilian Jornet eligió para concluir el intento permanecer en el campamento de base avanzado y no volver a Rongbuk como estaba planeado.

Jornet llegó a la cumbre a través de la cara norte de la montaña siguiendo la ruta tradicional y, debido a su concepción purista del alpinismo, con el material más ligero posible. «Conquistar la cumbre solo fue muy especial para mí», aseguró el montañero, alpinista, esquiador y corredor desde el campo avanzado.

FELICITACIONES UNÁNIMES / «Eres un crack, felicidades, Kilian», le tranmistió a través de una emisora de radio Ferran Latorre, otro alpinista icónico. «Es un orgullo que hayas conseguido esta proeza, aunque nos ha hecho sufrir más de la cuenta», explicó Latorre desde el campo base del Everest, donde espera una ventana de buen tiempo para el ascenso.

Albert Jorquera, fotoperiodista y corredor de montaña, elogió no solo el qué, sino el cómo de la gesta de Kilian Jornet: «Él siempre dice que si no soñamos, estamos muertos. No se trata solo de subir al Everest, sino de hacerlo desde el último lugar habitado, lo que supuso un gasto innecesario de energía y de luz, un hecho además que le obligó a descender en la oscuridad. Llegó al campo base avanzado agotado, tras recorrer 50 kilómetros y 4.000 metros de desnivel en 38 horas».

Antes del Everest, Jornet había pasado dos semanas en otro grande, el Cho Oyu, en el que coronó sus 8.200 metros. «En cuatro semanas hemos hecho dos cumbres de ocho mil metros, así que la aclimatación parece que funciona. Hemos estado entrenando en hipoxia unas semanas antes y fuimos a aclimatar los Alpes antes de venir», explica Kilian. «Este tipo de aclimatación exprés parece funcionar y el cuerpo se fatiga menos y por tanto llegamos más fuertes el día del reto», dice el alpinista catalán, que explicó sus sensaciones en el ascenso. «Era importante llegar fresco a los 8.000 metros si quería tener oportunidades de hacer cumbre. Por eso, sabía que en la primera parte tenía que ir regulando y guardando fuerzas para la parte final», relató.