Habrá quien pueda entenderlo y a quien le resulte una misión imposible, pero lo cierto es que Popovic dejó una huella profunda en el Real Zaragoza de puertas hacia dentro. El serbio caló hondo y caló hondo en la mayoría de las personas que componen la estructura principal de decisiones de la SAD. No en uno, en todos. El Real Zaragoza nunca quiso destituir a Popovic, pero lo despidió porque el callejón en el que se encontraba en aquel momento parecía no ofrecer otra salida dado el grado de impopularidad que había adquirido el técnico en La Romareda. Ranko fue el peaje que el club pagó por cambiar de director deportivo de modo brusco a mitad de temporada --decisión, esta sí, tomada con absoluto convencimiento-- para darle el cargo a Juliá, que aguardaba en capilla.

Cuando llegó, Narcís se encontró una plantilla de un perfil antagónico al suyo y un equipo sin técnico. Intentó fichar a JIM y, como no pudo, giró la vista hacia Carreras. Y así fue como Lluís llegó a ser el entrenador del Real Zaragoza, al que no mejoró en primera instancia, pero relanzó después. Ahora, ese motor diésel, que funcionaba, se ha vuelto a gripar. En su camino, Carreras ha tenido a sus órdenes a futbolistas que Popovic no tuvo. Sin embargo, sus números son muy similares: estadísticamente, el Zaragoza ha pasado de perro a chucho. La confianza en Lluís nunca ha sido ni elevada ni plena, como sí lo era en Ranko. Ha ido construyéndola y destruyéndola con los resultados. Su actitud cuando toma la palabra y ejerce de portavoz del club también le perjudica muchas veces. Huesca es el último ejemplo. Es un hombre inteligente que actúa sin inteligencia.