Si a Natxo González no le acaba yendo fantásticamente con el paso del tiempo en el Real Zaragoza solo será responsabilidad suya. Por experiencias erráticas pasadas y por el deseo de conducir el proyecto por una senda estable y constante, coordenadas que pesan mucho más que la convicción férrea en su figura desde los distintos niveles de la Sociedad Anónima, el entrenador vitoriano está contando con un suplemento de paciencia que otros homólogos suyos no disfrutaron muy recientemente, cuando la vida se vivía a salto de mata, y a pesar de que sus resultados hasta la fecha son peores que los de todos sus predecesores.

Natxo González se sentará de nuevo en el banquillo de La Romareda el próximo sábado contra el Tenerife y tendrá otra oportunidad de enderezar un rumbo que se torció hace varios meses y que, piano piano, ha ido encallando al equipo en las cercanías de la zona de descenso y alejándolo del playoff de ascenso, se cuente como se cuente, el objetivo inicial del año. Eso sí, la serenidad no es infinita ni con la voluntad más firme por mantenerla. Hoy en día, por ejemplo, ya no es la misma que era en agosto.

Aunque el empeño de la dirección deportiva es no dar volantazos a poco que los resultados no sean catastróficos, que están cerca de serlo, necesita que Natxo González empiece a hacerlo fantásticamente (en realidad, no en merecimientos). Que empiece a ganar, vamos. Pronto o tarde, todo lo que no sea vencer acaba con la paciencia más resistente.