Resulta difícil encontrar el hilo correcto para desembrollar el pedazo de historia que le toca vivir a este Zaragoza de nobleza y valor que en los últimos años se ha convertido en uno de los apestados del fútbol español. Está condenado sine die, con gusto para muchos, a vagar por Segunda División recibiendo golpes de sinrazón, castigado seguramente por su pasado fullero. Le toca acaso expiar las culpas del incapaz Agapito, a quien decidieron no levantarle las alfombras. Por conveniencia, se supone. Queda en la entidad, de hecho, gente que fue afín al destructor soriano, algo que tampoco ayuda a acelerar el proceso de purificación del alma, sobre todo de la imagen de un club que fue admirado en los campos de España, incluso amado, desde luego respetado. Hoy no, hoy cae mal a muchos. Es así.

Hace años que al Zaragoza no se le nombra para agradecer sus buenas maneras, para elogiar su fútbol, para contar el golazo de Esnáider, la pasión de Arrúa o el ingenio de Lapetra. Se le recuerdan, eso sí, los episodios indecentes. Se ha hablado en voz alta de amaños, deudas, chanchullos y mentiras, aquí y allá, de punta a cabo de la geografía española. En las dos últimas temporadas, el club es bien otro, nada que ver, se entiende. Aun así, le queda largo camino para librarse de esta negra sombra que ensucia su historia, que no le deja progresar, obstruido como quedó en la mendacidad, entre decenas de malos jugadores, técnicos multiformes y personajes dudosos. Tampoco destaca por su paciencia o su fútbol de etiqueta.

No entiende semejante maltrato, no obstante, el zaragocismo nuevo, el de la generación perdida del siglo XXI, que busca referencias entre sus reyes y hombres, arriba y abajo, y solo las encuentra en el pasado, sea en las imágenes del padre, sea en las batallitas del abuelo. Nada concuerda hoy con la historia, la de verdad, la que está obligado a reconstruir con mejor trabajo y menos incomprensión. Así que llegan esos partidos en los que el Zaragoza antes no fallaba, y resulta que no gana. Ni ayer, ni en Soria, ni en Ponferrada... Es más, le despluman ante su gente solo cuatro días después de haberse plantado en los despachos de la federación para pedir un poco más de... cariño.

Es difícil calcular el propósito, entiéndase mala fe, de una persona, por muy árbitro que sea. El trencilla de ayer, al que en su tierra llaman el Mozart del arbitraje por su precocidad, es tan limitado como sus compañeros de profesión. Malo, vamos. No se puede entender de otra manera que pitase ese penalti por mano de Guitián. El balón no solo no tocó el brazo que el árbitro imaginó, sino que, además, llegó a la parte superior de su cuerpo rebotado desde su pierna. Es decir, que ni siquiera en el caso de que la pelota hubiese golpeado en la mano del zaragocista, podría haber señalado la pena.

El otro penalti

De la Fuente Ramos, con su flauta mágica --la suya, no la de Mozart--, no solo se inventó una mano que no existió, sino que no apreció que el balón llegaba rechazado del pie. La rabia del momento invitó a muchos a pensar que el árbitro quería cargarse al Zaragoza. No debe de ser así, sin embargo. Pudo haberle pitado un penalti en contra en la primera parte, en una acción de Isaac con Naranjo, y se lo ahorró. ¿Para qué rebuscarlo pues en esa jugada tan clara? Nunca se sabrá. Debería ser de nevera, no obstante. Casi de congelador.

En todo caso, se ha de concluir que su nivel de incompetencia anda cercano al de López Amaya, el colegiado que tumbó al Zaragoza en Soria, al que el compositor castellano le ha sacado de los titulares. Por el camino, eso sí, permitió el bochornoso comportamiento de Reina, el portero del Nástic, todo un ejemplo de lo que no tiene que ser el deporte. Luego presumió, además, del fallo de Lanzarote. Asqueroso.

Peor es pensar que el respeto hacia el club aragonés sigue siendo el que se ganó Agapito con sus tropelías. "Mensaje recibido", le dieron a entender a los respresentantes del club cuando el pasado jueves fueron a manifestar su disconformidad a los prebostes arbitrales de Madrid. Cada cual puede sacar sus conclusiones de los efectos de la visita a Sánchez Arminio. De nada le servirá al Zaragoza, de todos modos, pensar en complots. No debe haber contubernio capaz de acabar con la fuerza de un león pese a que camine herido. Tampoco debe esperar ayuda ajena, no. Al Zaragoza le han devuelto el mensaje los árbitros y hoy es consciente de que tendrá que derribar altos muros si quiere volver a su lugar en la tierra del fútbol. Así debe y merece hacerlo un equipo grande.